Sentado en una oquedad andina, el dios menor Cuurmi, Arco Iris, lamentábase de su suerte. Soslayando su pena, lanzaba a los vientos, rato a rato, su liwiña tricolor, que formando una gigantesca parábola iba a tocar la cúspide opuesta. Así mataba su tiempo; luego, cansado de su juego y de espectar la belleza que él mismo irradiaba, nuevamente recogía su liwiña para seguir rumiando su tristeza.
-Es sin objeto la belleza que dura sólo instantes. ¿De qué sirve que yo sea el poseedor de todos los colores? ¿Por qué debo retenerlos en mí? ¡Oh! triste suerte del Dios joven, cuya belleza es como un fuego fatuo. ¡Oh, padre Wiracocha, permite que este manantial guardado en mí, aquiete los afanes de belleza, que son sed de amor en esos pobres seres, tus mortales criaturas!
El Dios Kjunu, dios de las nieves -venerable entre los dioses por su edad- vestido de alba yacolla desde lejos escuchaba los lamentos, y nada podía hacer para consolar al joven dios.
Cuurmi lanzaba nuevamente su liwiña para después sumergirse en el sopor de su tristeza.
-¡Oh, dolor de fuego que enciendes mis entrañas! ¿Por qué debe morir en mí lo que puedo compartir con los humanos?
Y el venerable Kjunu ensombreció el horizonte con su aliento para que las quejas del dios joven no enturbiaran su corazón.
En la espesura de algunos valles del dilatado Kollasuyo, crece una planta, cuyas flores, campánulas blancas, en cierta época del año, al roce de un ligero vientecillo, hacen vibrar sus estambres y pistilos, tan intensamente que tañen melodías de singular belleza. Los aborígenes la llaman Khantu y le atribuyen poderes inspiradores para los músicos que se acercan a aspirar su fragancia.
Wiracocha, padre de los dioses, escuchó las lamentaciones del dios joven, se dolió hondo y buscó la manera de amenguar la tristeza de Cuurmi. Lo llamó, severo, y le recriminó:
-Tus afanes, son impropios de tu calidad. Sólo el hombre, mísero mortal, vive y muere transido de eternidad. Tú eres progenie de dioses. ¡Los dioses son eternos como efímeros son los hombres! He escuchado tus lamentaciones y como padre tuyo he hecho mía tu desesperanza. Escucha Cuurmi, joven impetuoso e impaciente, a Khantu la bella flor, inmaculada y virgen que vive en los bajíos del Kollasuyo, la desposarás cuando mamá Pfajsi, madre Luna, se encuentre en el cenit.
Cuurmi obedeció a su padre y en una noche de luna, translúcido de palidez y tembloroso de amor, atrajo a su pecho a Khantu. Aspiró profundamente su fragancia y ella, la campánula alba, se impregnó de los colores de Cuurni. Del raro acoplamiento germinó una hermosa flor con los tres colores del Arco Iris: rojo, amarillo y verde.
Wiracocha, pleno de dicha, observó su milagro, y ordenó a Huara-tata, dios de los vientos, que esparciera por los cuatro horizontes del Kollasuyo la semilla de Khantu, para que así Cuurmi cumpliera su deseo de eternizarse en la tierra.
Ésta es la leyenda de la Khantuta, flor imperial para los incas, y símbolo patrio de la República de Bolivia.
(Del libro Brujerías, tradiciones y leyendas, de Antonio Paredes Candia)
-Es sin objeto la belleza que dura sólo instantes. ¿De qué sirve que yo sea el poseedor de todos los colores? ¿Por qué debo retenerlos en mí? ¡Oh! triste suerte del Dios joven, cuya belleza es como un fuego fatuo. ¡Oh, padre Wiracocha, permite que este manantial guardado en mí, aquiete los afanes de belleza, que son sed de amor en esos pobres seres, tus mortales criaturas!
El Dios Kjunu, dios de las nieves -venerable entre los dioses por su edad- vestido de alba yacolla desde lejos escuchaba los lamentos, y nada podía hacer para consolar al joven dios.
Cuurmi lanzaba nuevamente su liwiña para después sumergirse en el sopor de su tristeza.
-¡Oh, dolor de fuego que enciendes mis entrañas! ¿Por qué debe morir en mí lo que puedo compartir con los humanos?
Y el venerable Kjunu ensombreció el horizonte con su aliento para que las quejas del dios joven no enturbiaran su corazón.
En la espesura de algunos valles del dilatado Kollasuyo, crece una planta, cuyas flores, campánulas blancas, en cierta época del año, al roce de un ligero vientecillo, hacen vibrar sus estambres y pistilos, tan intensamente que tañen melodías de singular belleza. Los aborígenes la llaman Khantu y le atribuyen poderes inspiradores para los músicos que se acercan a aspirar su fragancia.
Wiracocha, padre de los dioses, escuchó las lamentaciones del dios joven, se dolió hondo y buscó la manera de amenguar la tristeza de Cuurmi. Lo llamó, severo, y le recriminó:
-Tus afanes, son impropios de tu calidad. Sólo el hombre, mísero mortal, vive y muere transido de eternidad. Tú eres progenie de dioses. ¡Los dioses son eternos como efímeros son los hombres! He escuchado tus lamentaciones y como padre tuyo he hecho mía tu desesperanza. Escucha Cuurmi, joven impetuoso e impaciente, a Khantu la bella flor, inmaculada y virgen que vive en los bajíos del Kollasuyo, la desposarás cuando mamá Pfajsi, madre Luna, se encuentre en el cenit.
Cuurmi obedeció a su padre y en una noche de luna, translúcido de palidez y tembloroso de amor, atrajo a su pecho a Khantu. Aspiró profundamente su fragancia y ella, la campánula alba, se impregnó de los colores de Cuurni. Del raro acoplamiento germinó una hermosa flor con los tres colores del Arco Iris: rojo, amarillo y verde.
Wiracocha, pleno de dicha, observó su milagro, y ordenó a Huara-tata, dios de los vientos, que esparciera por los cuatro horizontes del Kollasuyo la semilla de Khantu, para que así Cuurmi cumpliera su deseo de eternizarse en la tierra.
Ésta es la leyenda de la Khantuta, flor imperial para los incas, y símbolo patrio de la República de Bolivia.
(Del libro Brujerías, tradiciones y leyendas, de Antonio Paredes Candia)
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