Frente a la puerta del sol de la iglesia parroquial, todavía existe en Pedroche un viejo caserón de portada de granito oscurecida por el tiempo. Es la Casa del Judío, la Casa de los Duendes o la Casa de las Lágrimas. Y es a finales del siglo XV cuando habitaba en ella un judío expulsado de Córdoba a quien los naturales de la villa llamaban "Malogrado".
Era tanta la miseria de aquellos tiempos que difícilmente podían los cristianos recuperar los vestidos y alhajas empeñados como prendas a cuenta del dinero que "Malogrado" les prestaba. No sin razón comenzó a llamarse aquel lugar "Casa de las Lágrimas" por las muchas que hombres y mujeres vertían al no poder desempeñar sus ajuares.
A pesar de su riqueza, "Malogrado" murió un invierno cualquiera en la más completa
soledad. Mientras su hijo Moisés y su nieta Ester, en un largo camino, habían acudido a Toledo, el Concejo de la villa encontraba a "Malogrado" moribundo en el frío suelo del oscuro sótano de la casa. Era Ester una joven de dieciséis años, alegre como sus primaveras, de ojos azules y piel de blanquísimo alabastro. Sus cabellos rubios y abundantes, eran otras tantas llamadas a los mozos casaderos que no cesaban de cortejarla. Y era Agustín, el hijo del campanero, quien puntualmente le dedicaba cada noche sus mejores serenatas.
Era Moisés, por el contrario, un hombre amargado porque, creyendo encontrar la
fortuna de su padre, sólo encontró, a su vuelta de Toledo, una casa destrozada y saqueada por quienes habían sido deudores de "Malogrado". Como buen judío Moisés no se amilanó ante la desgracia. Ejerciendo el oficio de guarnicionero volvió a crearse una modesta fortuna suficiente para pasar honradamente sus días. Llenaba Ester de alguna manera el corazón martirizado de aquel padre tan castigado por la adversidad.
También Débora, su bellísima esposa, había muerto joven cuando Ester apenas contaba dos años.
Un grupo de judíos, amigos de Moisés, cuchichean indignados como si una nueva
maldición pesara sobre los de su raza. Ester, la gloria del barrio judío, honor y alegría de su padre y de cuantos la conocen, despreciando a los de su raza, está enamorada del joven Agustín. Por encima de su religión y de su pueblo, está dispuesta a recibir las aguas del bautismo y poder así contraer matrimonio cristiano.
La indignación y la rabia conmueve a todas las familias judías. Es intolerable que un
"perro cristiano" se despose con la flor de la estirpe judía. Y es necesario tomar medidas precisas. Ni las lágrimas de Moisés, ni las recomendaciones del anciano rabino hacen desistir a la bella Ester de la decisión tomada.
Sobre el Calvario, a unos pasos del Torreón que siempre sirvió como puerta de la villa,todo el ghetto judío se ha reunido con trajes de gala. En medio del silencio de la noche un gran corro de jóvenes y ancianos recogen piedras que van lanzando con furor sobre el cuerpo exánime de Ester. Su túnica blanca, salpicada de manchas rojizas, da testimonio de bautismo de sangre que acaba de recibir. Condenada por el Consejo de ancianos, su muerte quiere significar el escarmiento para otras jóvenes judías ante los halagos y solicitudes de los muchachos cristianos.
Aquella noche Moisés, el padre exasperado, creyendo encontrar la satisfacción de la
venganza ante la hija rebelde ya sacrificada, sólo sintió una terrible soledad que con sus garras frías se fue apoderando de su corazón desgraciado.
En el lugar del martirio, brotó un rosal extraño cuyas hojas, dice la tradición, despedían un vivísimo fulgor antes del amanecer. A este rosal se acercó Agustín, provisto de un azadón, deseoso de trasladar al jardín de su casa aquella planta que tan íntimos recuerdos despertaban en él. Al primer azadonazo, los pétalos de las rosas se iluminaron y las corolas semejaban lámparas encendidas. Las hojas brillaron con más fulgor y todo el rosal se convirtió en una ascua gigantesca. Al mismo tiempo desde la planta un suspiro, mitad alarido de dolor, mitad anhelo de deseos insatisfechos, se dejaba oír con toda claridad.
Los huesos de Ester se juntaron con orden, unos con otros, se pusieron de pie y se
revistieron de carne. Apareció la joven en todo su esplendor con una belleza deslumbrante. Se acercó al joven lentamente, le tendió sus brazos y al darle un beso desapareció su luz. Su esbelta figura, convertida de repente en un montón de pavesas fue deshecha y dispersada por el viento.
Y dicen los viejos que a la mañana siguiente, con más pena que nunca, las campanas
de Santa María estuvieron doblando por el alma de Agustín.
Prefijos en el amor
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La culpa fue de los prefijos. Dejamos que se fueran posando en algunas
palabras de nuestro idioma, y acabaron adueñándose de lo más íntimo del
dicciona...
Hace 3 meses
1 comentarios:
aqui tambien te visite,,,
muy bello blog,,,
abrazos,,,
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