martes, 27 de enero de 2009

El Amante Errante

Una noche de verano, oyó a lo lejos el llanto de un joven, entonces empujada por la natural curiosidad, bajó a la Tierra encarnada en un bello cisne para contemplar aquel melancólico sentimiento. Luna se acercó hasta un lago próximo al joven para poder escuchar sus lamentos:

- !Ohhhhhh¡ desolador murmullo de la Dama del Amor. ¿ Por qué primero me hechizaste con el don del amor y ahora me arrebatas a mi amada, a mi vida? ¿Por qué juegas con el destino y la existencia de los débiles hombres? Maldigo el día en el que ame con todo mi corazón y ella respondió a mis sentimientos de amor verdadero, con falsos !Te Quiero!. ¿No hay lugar en este cruel mundo para el verdadero y eterno amor? ¿ No puedo ser amado?Pero eso ya da igual, por que con la compañía de esta calurosa noche que hiela mis entrañas y con el murmullo de las aguas, quiero segar mi alma y unirme con la nada para no sufrir más.

Después de estas palabras de infinita tristeza, el joven dió fin a la larga vida que le quedaba, apuñalándose con una brillante daga. Pero antes de morir y con su última bocanada de vida susurró: "Te quiero………." Y allí acabó su melancólica existencia.

La Luna atónita y desconcertada empezó a llorar y sus lágrimas de polvo plateado se alzaron al cielo y crearon bellas estrellas. La luna en sus pensamientos de misericordia pensó: "que estas estrellas guíen y reconforten a aquellos que aman con toda su alma, pero no son amados de tal modo".

Cuenta el final de la leyenda que cada vez que no esta Luna en el cielo es porque, triste y desamparada por el recuerdo del joven que murió por amor, se retira al lo mas lejano del cosmos a llorar, porque ella, aun siendo amada, nunca podrá devolver ese amor que los hombres le entregan.

El Pozo Amargo

Tiempo ha que en la noble mansión de doña Leonor el silencio es absoluto. Terminado el rosario, que pasa la propia dueña después de yantar de la noche, los criados, una vez apagadas las luces y escudriñados rincones, retíranse a su aposento a descansar.

Todo es silencio en la noche estrellada y lunar. De improviso, una sombra surge del portal, que con mucho sigilo y cuidando que los goznes no chirríen, cierra las claveteadas puertas, y calado el chambergo, embozado en su amplia capa carmesí y con la mano en la empuñadura de la espada, se aleja procurando que el ruido de las espuelas no le delate. Es el joven don Fernando, que, presuroso, se dirige por la actual calle del Nuncio Viejo, sorteando encrucijadas peligrosas, a ver a Raquel, la bella hebrea, señora de sus pensamientos.

Sonoras e imponentes caen sobre Toledo las diez campanadas de la noche. Don Fernando encamina sus pasos calle abajo, hasta detenerse junto a las tapias de un frondoso jardín que circunda el palacio del potentado israelita Leví. La noche, con su silencio perfumado de mirtos y claveles, envuelve acogedora las fragancias líricas de la juventud. Con cuchillos de plata, la luna hiere en un ventanal sus góticos ajimeces, mientras riela temblorosa, al murmullo del surtidor, en el estanque del jardín.

Como a una cita prevista, en la ventana aparece Raquel, la hija única del potentado judío. Don Fernando, al verla, hace una cortés reverencia, y con agilidad increíble, asiéndose a las yedras y a los salientes, escala la tapia y va a reunirse con la amada en el fondo del jardín. La luna, con su cara enyesada, sonríe funambulescamente al ocultarse entre los jirones de tul de las nubes, pero no sin antes arrancar destellos de una daga que describe una curva de muerte y va por la espalda al corazón de don Fernando. Un gemido ahogado y un cuerpo que se desploma sin vida sobre la arena del jardín, mientras que la sombra homicida se pierde en las frondas. Acude Raquel, y un grito siniestro se escapa de su pecho al ver sangrando en tierra al caballero. La luna se ha ocultado ahora entre nubes cárdenas y estalla el trueno, al tiempo que resuena una carcajada del viejo vengativo.

Todas las noches Raquel acude como a cita imaginaria al brocal del pozo del jardín. Su blanca silueta destaca sobre el fondo verdinegro de los vergeles, mientras sus pálidas manos enlazadas descansan sobre el regazo. Vierte sus lágrimas doloridas en el fondo del pozo, cuyas aguas un día se hacen amargas. Y cierta noche, en el sortilegio del plenilunio, la infeliz Raquel, en su extravío, creyendo ver en las aguas de la cisterna la imagen del amado, es atraída por ella a lo hondo.

Esta es la leyenda que dio nombre a la calle del Pozo Amargo de Toledo, en cuya plaza solitaria verás una losa que cubre aquella poterna de aguas no salobres, sino amargas de las lágrimas que en ella derramó la bella israelita.

(Leyenda Toledana, Autor: Pablo Gamarra)

domingo, 25 de enero de 2009

La Dama Azul

La contienda anglo-española de 1739 a 1748 fue la causa fundamental de la edificación de Nuestra señora de los Ángeles de Jagua, fortaleza que protegió a la bahía de Cienfuegos de los ataques de corsarios y piratas; instalación que es hoy Monumento Nacional y la tercera en importancia del país.

Transmitida por tradición oral de generación en generación, surgió una leyenda, llena de encantadores espejismos, pero siempre grata y entretenida y está relacionada con el primer comandante de la fortaleza don Juan Castillo Cabeza de Vaca y su esposa Leonor de Cárdenas, que fue enterrada en la capilla del lugar.

Cuentan que de noche, cuando la guarnición descansaba y la calma era turbada únicamente por el monótono ritmo de las olas, un ave rara venida de ignotas regiones, de gran tamaño y plumaje lanzaba agudos graznidos y describía sobre el castillo extrañas espirales.

Como si respondiera a un llamamiento de la misteriosa ave, salía de la capilla de la fortaleza, o mejor dicho, se desprendía de sus paredes un fantasma o sombra de mujer, alta, elegante, vestida de brocado azul y cubierta de cabeza a pies por un velo del mismo color transparente y flotaba en el aire para desaparecer súbitamente.

La fantástica visión se repetía varias noches y producía el natural temor entre los soldados. Había en el castillo un joven alférez, recién llegado, arrogante y decidido que no creía en fantasmas y se dispuso una noche a sustituir al centinela. Cuando vio la Dama Azul dominó sus nervios y fue a su encuentro.

¿Qué pasó entre la Dama Azul y el alférez? Nadie lo ha podido averiguar, pero a la mañana siguiente los soldados hallaron al joven tendido en el suelo, sin conocimiento y envuelto en un manto azul. Cuando se recuperó de su letargo había perdido la razón y fue recluido en un manicomio.

Todavía es creencia de algunos supersticiosos que la Dama Azul hace de noche sus apariciones y se pasea impávida sobre los muros de la fortaleza cienfueguera.

La Dama de los Ojos Sin Brillo

La infanta Catalina de Austria, duquesa de Saboya recibió en Toledo una majestuosa fiesta en una noche que se hizo memorable en los anales de nuestra ciudad por el indudable porte de los asistentes a tan sonado festín…

A media noche, cuando aún resonaban las campanadas en el reloj del monasterio de Santo Domingo el Real, cercano a donde se realizaba el acto, uno de los nobles caballeros invitados al ágape, a la sazón consejero general de Finanzas y auditor de su Majestad don Sancho de Córdoba, presenció como una bella dama pasaba sigilosamente entre los grupos allí congregados.

Atraído por la belleza de la dama, y la fascinación que inspiraba, a ella se aproximó e invitó para acompañarle en el baile que en ese momento comenzaba. No recibía respuesta a sus palabras de elogio de tan bella mujer, a la que ahora guiaba. La sensación que emanaba era de una lividez extrema de su rostro que, incluso facilitaba la sensación de no pisar la maravillosa alfombra que adornaba el área destinado a la danza en tan bello palacio toledano.

Tras finalizar el baile, salieron al patio exterior, maravillosamente adornado con innumerables plantas, al estilo de cómo se hace en Toledo durante el Corpus, que no quedaba muy lejano, y de las que emanaban un frescor acompañado por el murmullo de una fuente central magníficamente realizada. Hacía cierto frescor nocturno y la dama no tapaba su generoso escote con alguna prenda de abrigo, por lo que él, puso su roja capa con noble broche de oro sobre los hombros de la dama, que caminaba sin decir palabra. Tan sólo, tras acoger la capa en sus blancos hombros profirió una queja, un lamento: “Qué frío”.

Llevó el caballero a la Dama dando un breve paseo hacia su residencia, y al llegar cerca del Miradero, la dama rompió su silencio de nuevo:

- Caballero, no de un paso más en mi compañía, pues de seguir a mi lado me haría una grave ofensa. Envíe al día siguiente a un criado a por su capa a la calle Aljibes, en la casa de la Condesa de Orsino.

El caballero accedió cortésmente con la esperanza de ser él mismo el que recogiera la capa.

La dama se perdió entre las sombras de la noche toledana, mientras él la veía alejarse lentamente, observando fascinado el suave caminar de ésta.

Durante la noche, no dejó el caballero de pensar en la intrigante y fría belleza de la dama. Pero lo que más le intrigaba era su mirada: sus ojos no tenían brillo.

Al día siguiente, dirigióse él personalmente en busca de la capa. El palacio estaba en una estrecha calleja en cuyo fondo se observaba una cruz. Llamó al enorme portón de madera y al poco se escucharon unos pasos y el descorrer de un pesado cerrojo tras el que se abrió un pequeño cuarterón de la puerta tras el que un anciano le preguntó qué era lo que deseaba. Preguntó por la dama, a lo que el anciano respondió que allí nadie vivía que respondiese a esa descripción, aunque permitió el paso del caballero, que fue recibido posteriormente por una noble señora enlutada, a la que refirió toda la historia acontecida la pasada noche. La dama le respondió que probablemente habría sido objeto de una pesada broma, puesto la dama a la que él hacía referencia, por la notable descripción realizada, era su hija y ya iba para dos meses que era muerta y enterrada.

El caballero sintió pesar por lo que creía una terrible equivocación, y cuál no fue su sorpresa que, buscando el salir de la casa, levantó los ojos y contempló un cuadro de gran tamaño que representaba a una dama exactamente igual a la de la noche anterior: el mismo rostro, el mismo vestido, el mismo anillo en su mano izquierda…

- Señora ¿quién es esta hermosa dama?
- La misma hija que por desgracia os dije que perdí.
- Pero… ¡si es la misma a la que yo anoche acompañé!
- Caballero, de nuevo ofendéis mi casa… Soñáis, acaso, o sois presa de alucinación, pues ya os dije que hace tiempo que falleció.

Como hechizado salió de esta casa y regresó a su palacio. Pasó dos días con terrible pesar, seguro de lo que había vivido aquella noche.

A la mañana siguiente, un hombre se presentó con la roja capa, que puso sobre los hombros de la dama aquella noche… Había reconocido al dueño de la capa por las armas del broche que portaba…

- ¿Dónde la hallaste? Preguntó con ansiedad el caballero.
- En el Campo Santo, junto a la tumba de la condesita de Orsino.

(Leyenda Toledana)

sábado, 24 de enero de 2009

La Novia de la Muerte

Cuenta una vieja leyenda zíngara que hubo una vez una hermosa joven que no tenía marido, ni padre, ni madre, ni hermanos, ni parientes: todos habían muerto. Vivía sola en una cabaña al final del pueblo; y nadie iba a visitarla, y ella no visitaba a nadie.

Una tarde, un apuesto vagabundo llegó hasta su casa, abrió la puerta e imploró: “Soy un vagabundo, y he estado en regiones lejanas. Me gustaría descansar aquí; no puedo ir más lejos”. La doncella respondió: “Quédate aquí. Yo te proporcionaré un colchón sobre el que dormir y, si quieres, también bebida y vituallas”.

Cuando llegó la hora de acostarse, exclamó el vagabundo: “Una vez más, vuelvo a dormir. Hace tanto tiempo desde la última vez…”. “¿Cuánto?”, preguntó intrigada la muchacha. “Querida doncella”, respondió él, ”yo sólo duermo una semana cada cien años”. La muchacha se rió, y dijo: “Bromeas, ¿no? Sin duda eres un simpático granuja”. Pero su invitado no le respondió, pues ya se había quedado dormido.

Temprano por la mañana, el vagabundo se levantó y dijo: “Eres una joven muy hermosa. Si lo deseas, me quedaré en tu casa el resto de la semana”. La muchacha asintió complacida porque se había enamorado del apuesto vagabundo.

Una noche ella tuvo una pesadilla en la cual viajaba en un hermoso carruaje tirado por seis pájaros blancos. A su lado iba sentado el vagabundo, que estaba pálido y frío y llevaba colgado al cuello un poderoso cuerno. Él lo hizo sonar, y entonces la muchacha vio cómo los muertos, incluida su propia familia, se levantaban de la tumba y venían hacia ellos como si acudiesen a la llamada de su rey.

Nada más despertar, la joven le contó su sueño al vagabundo. “Tan sólo fue una pesadilla”, respondió este. Pero inmediatamente se levantó y dijo: “Amor mío, me temo que he de irme, ya que ningún alma ha muerto en el mundo desde que estoy aquí. Debes dejarme ir”. Pero la muchacha sollozó y suplicó: “No te vayas, permanece conmigo”. “Debo irme”, respondió él decidido, “que Dios te proteja”. Pero, según alargó su mano para coger la de la joven, ella rogó entre sollozos: “Dime entonces quién eres”. “Quien lo averigua muere”, dijo el vagabundo, “y a quien lo pregunta en vano, no le respondo la verdad”. Entonces la muchacha sollozó, y dijo: “Soportaré cualquier cosa, sólo dime quién eres”. “Bien”, dijo el hombre, “entonces deberás venir conmigo. Yo soy la Muerte”. Tras oir sus palabras, la muchacha se estremeció y allí al instante quedó tendido su cuerpo inerte.

(Francis Hindes Groome en Gypsy Folk Tales (1899))

La Diosa de la Luna

Antes de convertirse en la Diosa de la Luna y sufrir la eterna soledad lunar, la bella inmortal Chang E vivía en la Tierra con su marido, el héroe enviado por el Dios del Cielo que derribó nueve soles y aniquiló los demonios del mundo. Aunque el pueblo lo admiraba profundamente por sus abnegadas proezas, su mujer se quejaba de la constante soledad, ya que su marido siempre andaba fuera de casa batallando con los malos espíritus. Además, le horrorizaba la idea de envejecer y morir como cualquier mujer mundana.

Para acabar con la amargura de su mujer, el marido salió un día en busca de la Diosa de las Montañas para que le diera el elixir de la inmortalidad. Conmovida por la abnegada labor que desarrollaba el desinteresado hombre, la diosa le concedió una hierba mágica, advirtiéndole que la tendrían que tomar los dos al mismo tiempo, Si no, no respondería de las consecuencias. El hombre volvió contento con la hierba providencial y pidió a su mujer guardarla en sitio secreto para tomarla juntos algún día que no tuviera que salir a luchar contra los demonios.

Su mujer estaba muy resentida debido a la penosa soledad a la que la tenía sometida su cónyuge, y no quería sufrir eternamente el melancólico abandono. Una noche, movida por un impulso de desesperación, sacó el remedio providencial y se lo tomó todo. Enseguida experimentó algo raro en su cuerpo, una sensación de evaporación o de vacío. Se hacía más y más ligera, empezaba a flotar y a volar por el cielo estrellado. Quería bajar, pero la Tierra no la atraía. Parece que había una enorme fuerza que la succionaba desde lo alto del firmamento. Se alejaba cada vez más de la Tierra, acercándose a la Luna. Y desde lo alto del cielo, ya vislumbraba el desértico paisaje lunar. Se arrepintió de su necedad y empezó a echar de menos todo aquello que acababa de abandonar. Sentía vergüenza de volver a encontrarse con los suyos. Decidió quedarse en la Luna para estar cerca de la Tierra y pagar, desde aquel destierro frío e inhóspito, su conducta indigna.

Unos dicen que la apenada dama se convirtió en un sapo de repugnante apariencia, y otros dicen que sigue tan hermosa como siempre, pero más sola y melancólica. En los días de luna redonda, puedes contemplar la Luna y la podrás encontrar debajo de un árbol de laurel, acompañada de un conejo blanco, sufriendo la eterna soledad.

Byrting y la reina de los elfos




Aquella noche, mientras dormía en su castillo noruego, el caballero Byrting tuvo un sueño extraño. Apenas había bebido los primeros sorbos de sueño cuando oyó que llamaban a la puerta de su cuarto. Se incorporó bruscamente y preguntó:

―¿Quién llama?

―Levántate, Byrting, y déjame entrar. ―Respondió con suavidad una voz femenina desde el otro lado de la puerta.

La noche era desapacible, y Byrting, que temía a los fantasmas, vampiros y endriagos que según las leyendas se arrastraban por las entrañas de su castillo, no se movió de la cama. Sin embargo, la puerta se abrió por sí misma, y una joven de rara belleza vestida con un fino ropaje de gasa entró en la habitación, tras lo cual se acercó al lecho del caballero, se sentó en el borde y comenzó a jugar con su lustrosa melena.

Prudente, Byrting salto fuera de la cama y se apoyó contra la pared.

―Escucha bien, Byrting ―dijo la joven, fingiendo no haberse dado cuenta del gesto del caballero―: mañana vendrás al Reino de los Elfos.

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A la mañana siguiente, Byrting salió a caballo de su castillo. Al pasar por un puente cercano, el caballo se encabritó y tanto jinete como montura cayeron al río. Mientras que el caballo salió airosamente a la superficie, el caballero no pudo desembarazarse del frío abrazo de las aguas. Antes de perder el conocimiento, sintió cómo una mano de dedos largos le agarraba con suavidad del tobillo y comenzaba a tirar de él.

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Cuando Byrting abrió los ojos, vio una amplia estancia, hermosa como jamás ningún rey de la Tierra podría soñar con tener. Junto a él estaba la joven de la noche anterior, quien ahora llevaba puesta una corona de hojas e irradiaba serenidad. Le preguntó a Byrting:

―Responde a esto, y piensa bien la respuesta: ¿En qué país has nacido? ¿En qué corte quieres vivir?

―He nacido en Beiarland ―respondió el caballero―, allí en la corte he vivido. Allí vivió mi amada y allí quiero morir.

Al oír esto, la joven pidió a una sirvienta:

―Ve y trae una copa del hidromiel del olvido.

Cuando la sirvienta hubo traído la copa, la joven ordenó a Byrting beber de ella. Apenas hubieron tocado sus labios el líquido que contenía, le volvió a preguntar.

―¿En qué país has nacido?¿En donde quieres vivir?

―He nacido lejos de aquí, pero ahora pertenezco al Reino de los Elfos, en donde quiero vivir y morir. En donde está mi amor.


(Vicente García de Diego, Antología de leyendas de la literatura universal)

viernes, 23 de enero de 2009

Gara y Jonay


Cuenta la leyenda que en la Gomera existían, entonces, siete chorros de los que emanaba agua mágica y cuyo origen nadie conocía. Estos siete chorros, aparte de regalar virtudes a quienes de ellos bebían, podían revelar, al mirar en sus aguas, si el amor estaba por llegar. Si el agua era clara, el amor se hallaba en camino, pero si se enturbiaba, poco o nada debía esperarse.

Ocurrió un año que, aproximándose ya las fiestas de Beñesmén un grupo de jóvenes gomeras casaderas acudieron a los conocidos como Chorros de Epina, para juntar agua de cada uno de ellos en un pequeño estanque, y mirarse luego en él. Entre ellas se encontraba Gara, princesa de Agulo, que esperaba ansiosa el momento de descubrir lo que le deparaba el destino, Entre risas, se acercó y reflejó su bello rostro sobre el mágico elemento. Al principio le devolvió una imagen tranquila y perfecta, pero luego, ante su sorpresa, surgieron sombras y la silueta comenzó a agitarse, apareciendo, de pronto, en medio de todo, un sol abrasador que borró todo movimiento….

Gerián, el sabio del lugar y encargado de interpretar los símbolos mágicos, hizo a la dulce Gara una advertencia:

-Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habrá de consumirte”.

Gara guardó silencio, intentando ocultar sus temores y no dándole importancia, pero el extraño presagio corrió de boca en boca, llegando a todos los que la conocía…

Ya en las vísperas de las fiestas de Beñesmén, llegaron de Tenerife, la isla vecina, los Menceyes, acompañados por familiares y otros nobles. Entre ellos se encontraba el Mencey de Adeje, que venía con su hijo Jonay, joven fuerte y diestro en cualquier competición. Desde el primer momento en que lo vio, Gara no pudo dejar de observarlo, y en cuanto sus miradas se encontraron, el amor los atrapó sin remedio.

Poco después, y aún en fiestas, como era costumbre, su compromiso se hizo público. Pero he aquí que en cuanto se empezó a propagar la feliz noticia, El Teide, también conocido como Echeyde (infierno), majestuoso volcán tinerfeño, empezó a escupir lava y fuego por su cráter, con tanta fuerza que, incluso desde la Gomera, el espectáculo era aterrador. Entonces recordaron el presagio dado a la inocente Gara y aquel comenzó a tomar forma:

Gara, princesa de Agulo, el lugar del agua; Jonay, puro fuego, procedente de la Isla del Infierno…”

Aquel amor era, pues, imposible. Grandes males amenazaban a aquellas gentes si los jóvenes amantes no se separaban. No cabía opción y las propias familias de ambos se encargaron del resto. Rota la unión, el volcán recuperó la calma, y concluidas las fiestas, regresaron a Tenerife los vecinos tinerfeños… Más uno se fue con el alma vacía y el pecho quebrado…

Cuentan que Jonay, desesperado, se lanzó al mar en medio de la noche, para nadar hasta la playa de su amada. Dos vejigas de animal infladas atadas en la cintura le ayudaban a flotar cuando las fuerzas se le agotaban. Larga fue la travesía y ya con las primeras luces del alba llegó a su destino. Furtivamente fue en busca de su amada,y, al encontrarse, se abrazaron apasionadamente. Pasados unos momentos, decidieron escapar por los bosques gomeros y en conocido como “El Cedro“, se entregaron a la pasión y al amor.

Pero el padre de Gara, enterado de la huida de su hija, no tardó en salir furioso en su busca. Reunió un numeroso grupo de hombres y no tardaron en encontrarlos. Los hallaron fundidos, amándose, y cuando los jóvenes se percataron de su presencia, buscaron lo que creyeron la única salida posible….. Una implacable vara de cedro afilada, colocada entre ellos, uniendo sus corazones, fue su aliado mortal.

Mirándose a los ojos, prometiéndose amor eterno, se apretaron el uno contra el otro, traspasándose y dejándolos unidos para siempre.

jueves, 22 de enero de 2009

El Pastor y la Tejedora

En otro tiempo, La Vía Láctea era un hermoso río que separaba el Cielo de la Tierra. En él se bañaban todos los días las hijas del Dios Celeste. Por la noche, cuando las innumerables estrellas poblaban la bóveda celestial, las encantadoras hadas poblaban con su presencia el tranquilo río plateado. Aprovechaban también para contemplar la bulliciosa vida en el mundo, el amor y los sufrimientos de la gente mundana. Una de las hadas celestes, llamada Tejedora por su habilidad en el telar de brocados, se enamoró de un joven que vivía en un pueblo cerca de la orilla del río.

El joven se había quedado huérfano desde hacía diez años y vivía entonces con su hermano mayor y su cuñada. Aunque trabajaba sin cesar todo el día, no lo querían y siempre intentaban echarlo de la casa. Un día se vio obligado a abandonar la casa por no aguantar el maltrato de la joven pareja. Le dieron un viejo buey por todo el derecho a la herencia familiar.

El pastor levantó una pequeña choza para alojarse junto con el buey, a quien le contaba sus penalidades para desahogarse. Trabajaba día y noche en el campo, compartiendo lo poco que tenía con su único compañero. Una noche, para gran sorpresa suya, el buey se puso a hablar:

—Hola, mi señor, sé que eres honesto y tienes un corazón de oro, por eso me duele que estés tan solo. Escucha bien lo que te voy a decir: todas las noches bajan unas hadas del cielo y se bañan en el río. Hay una hermosa hada que está enamorada de ti. Roba su ropa cuando se baña y pídele la mano.

Esa misma noche, el pastor se escondió en la cañaveral para esperar el momento. Cuando aparecieron todas las estrellas, vio que efectivamente bajaron unas lindísimas mujeres que se metieron en las aguas dejando su ropa de seda en la orilla. El pastor salió del escondite y se dirigió hacia la orilla, donde cogió la ropa de la Tejedora y echó a correr. Sorprendidas por la repentina aparición de un hombre de la Tierra, las hadas salieron rápidamente de las aguas, se vistieron y volvieron al Cielo escandalizadas. Sólo se quedó la Tejedora en las aguas, avergonzada, porque no tenía con qué vestirse. En eso apareció el pastor y prometió darle la ropa con tal de que aceptara ser su mujer. La Tejedora aceptó su petición ruborizada. Al cabo de un rato los dos se encaminaron hacia la pobre choza y se casaron con el buey amarillo como testigo.

Empezaron una nueva vida llena de felicidad y armonía. Al cabo de tres años, tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Habían construido una casa con un establo para el buey y mejoraron sustancialmente la economía familiar con la aportación de las hábiles manos de la mujer. Se amaban profundamente y disfrutaban el amor, la familia y el trabajo.

Según la creencia popular, un año transcurrido en la Tierra era sólo un día en el Cielo. Así que al tercer día de la desaparición de la Tejedora, se enteró la Reina Celestial del suceso. Furiosa, envió a los generales y guerreros del Cielo para capturar a la atrevida hada que se burló de las disposiciones celestiales.

La repentina aparición de los enviados del Cielo convirtió el idilio en una pesadilla. Fue capturada y obligada a abandonar la vida mundana. Lloraba de dolor aferrándose a su marido y a sus hijos, pero los guerreros del Cielo la llevaron presa y cruzaron el río enseguida. Desesperado, el pastor los persiguió cargando los dos niños en dos cestas que colgaban de un balancín. Se proponía cruzar el río para alcanzarlos, pero las aguas crecieron súbitamente convirtiéndose en un anchísimo caudal que subía al Cielo. La mujer lloraba tratando de librarse de las feroces manos que la sujetaban, mientras que el hombre los perseguía sin esperanza de alcanzarlos nunca. Su convulsiva cara era surcada por las lágrimas que corrían silenciosamente. Los niños también lloraban con verdadera tristeza.

El afligido llanto de la familia destruida ablandó la dureza de la Reina, quien dio la orden de permitirles reunirse el día siete de julio de cada año según el calendario lunar.

Te habrás dado cuenta que ese día, casi todos los pájaros grandes vuelan hacia el cielo para construir un puente de aves. De este modo, la hermosa Tejedora puede reunirse con su familia. Se dice que a medianoche, si escuchas atentamente debajo de la viña, podrías oír la conversación íntima de la pareja largamente separada. Si levantas la cabeza en una noche estrellada, podrás ver que a ambos lados de la Vía Láctea se ven dos estrellas luminosas: una es la Tejedora y la otra es el Pastor.

lunes, 19 de enero de 2009

La Décima Hermana

Du era la prostituta más famosa de la capital por su extraordinaria belleza y la exquisitez de su trato. Perdió la virginidad a los trece años, cuando entró en el Pabellón Verde, el prostíbulo más elegante de Pekín, donde trabajaban más de veinte preciosas chicas para complacer a los hombres adinerados. Por la cronología de nacimiento, fue denominada como la Décima. Durante los siete años de vida alegre conoció a casi todos los ricachos y a los hombres importantes del imperio, quienes no escatimaban dinero y joyas para disfrutar de su belleza. A los diecinueve años, la hermana Du se proponía abandonar la deshonesta profesión para casarse con algún joven que la amara.

En esas circunstancias llegó un día un señorito guapo y elegante, llamado Li Jia. Hijo de una familia aristocrática del sur, había venido a Pekín para realizar estudios superiores en la Universidad Imperial. Al poco tiempo de llegar a la capital, acudió al Pabellón Verde para admirar a la famosa prostituta. Cuando la vio, casi se desmayó ante la hermosura de la joven Du. Encantado, sintió que a partir de ese momento su vida seria un desierto si no estaba ligada a la bella mujer. Du había conocido todo tipo de hombres, sin experimentar ningún afecto con nadie. Pero en ese momento su extraordinaria sensibilidad de mujer le dijo que aquél podía ser un buen marido. Se sintieron enamorados desde el primer instante.

Al día siguiente, Li trajo todo su equipaje y se hospedó en la habitación de su amada. Pagó un dineral a la regenta del prostíbulo por el derecho de estar con Du durante un largo tiempo. Y desde ese mismo día, estaban juntos día y noche, juntos en un romance idílico con el mayor placer del mundo. Se amaban profundamente y se juraban la eternidad de su pasión amorosa. Así transcurrió un año, sin que se hubieran separado un momento.

La regenta estaba preocupada, porque tuvo que dar interminables explicaciones a los clientes que venían a solicitar a la hermana Décima y no se conformaban con que les introdujeran con otras chicas, aunque fueran también preciosas. Algunos clientes asiduos no volvieron nunca más a pisar la casa, lo que significaba una pérdida considerable de ingresos del prostíbulo. Por lo tanto, tan pronto corno venció el plazo de exclusividad de la hermana Du, intervino la regenta para cortar su interminable romance, convertido ya en un matrimonio para ella. Pero ni la mujer ni el extasiado Li aceptaron la idea, por lo que Li tuvo que agotar sus últimos recursos para permanecer un mes más al lado de su amada. Tras cumplir el último periodo de tiempo, la regenta sabía que el joven enamorado se había quedado sin dinero y no podía quedarse ni un día más. Entonces llamó a la hermana Du y le dijo:

—Sabes que no puedo tolerarlo ni un día más. Me está causando mucho perjuicio en el negocio. Muchos clientes se han enojado y ya no vienen más. Si realmente te quiere, te puede sacar de aquí pagándome trescientas monedas de plata dentro de tres días. Pero si no puede pagármelas, yo lo echaré de la casa a patadas. ¡Díselo así de claro!

Sorprendida e ilusionada, la bella joven preguntó:

¿Es cierto lo que dice la señora?

—Completamente cierto. No puedo soportar que ocupéis la casa sin que me produzcas ningún beneficio. Prefiero traer a otra chica para ocupar tu lugar.

La regenta estaba segura de que el joven empobrecido no iba a encontrar ayuda en ningún sitio, por lo que no le importó confirmar su determinación. Sin embargo, la chica quería asegurar el cumplimiento de su promesa:

—¿Qué pasaría si al cabo de tres días le trae lo que usted pide y usted se arrepiente de su promesa?

Aunque acorralada, la regenta ya no podía retractarse.

—Durante mis cincuenta años de vida nunca he faltado a mis promesas. Tampoco voy a faltar esta vez.

—Aquella noche, Du le refirió a su amado la conversación con la regenta para ver la reacción del chico, quien prometió ir al día siguiente a buscar dinero y rescatarla del prostíbulo.

Sin embargo, no lo consiguió, porque sus amigos y parientes sabían que estaba conviviendo con una prostituta y temían que pedía dinero para gastarlo en el prostíbulo. Nadie le dio nada ni en el primer día, ni en el segundo. Desesperado y cansado, el joven se sintió avergonzado para volver a ver a su amada y se quedó dormido en el portal de la casa de su amigo. Al día siguiente, lo encontró el mozo enviado por la hermana Du y le obligó a volver al prostíbulo. Cuando su novia se enteró de lo sucedido, sacó ciento cincuenta monedas de plata y le dijo:

—Durante estos años he ahorrado esta pequeña suma de dinero. Ahora veo que quizás te puede ayudar en algo. Si realmente me quieres como has repetido tantas veces, consigue la otra mitad hoy mismo, antes de que sea demasiado tarde.

Li pareció ver una luz en la oscuridad, salió otra vez a la calle en busca de algún amigo o conocido que le pudiera prestar el resto del dinero. Por la noche, volvió loco de contento porque un amigo de su pueblo le prestó el dinero que necesitaba.

Al día siguiente, antes de que se levantaran, la regenta ya estaba llamando a la puerta, diciendo en voz alta:

—Joven, hoy se cumple el plazo. No puedo esperar ni un minuto más. Me entregas el dinero o mando que te echen a la calle.

Se abrió la puerta, apareció la hermana Du, quien le dijo con voz grave y determinante:

—Señora, durante ocho años me he humillado y sacrificado para que su caja se llenara de monedas de oro. Hace unos días, usted me ha prometido la libertad si mi novio le pagaba trescientas monedas de plata. Aquí tiene el dinero. No falta nada. Tómelo y déjeme en libertad. De lo contrario él se llevará el dinero y yo me suicidaré delante de usted.

La regenta nunca había pensado que pudiera conseguir el dinero, pero ahora, ante la difícil disyuntiva, montó en cólera, ordenando que salieran de la habitación y los echó a la calle.

Por fin, la Décima hermana Du estaba libre. Pero salvo la ropa usada que llevaba puesta no tenía nada. Tuvieron que acudir a la casa de una amiga para asearse y pedir algún dinero para el viaje. La mujer se alegró de que Du hubiera conseguido la libertad. Llamó enseguida a la otra amiga que tenía la misma profesión, y las dos le regalaron ropa y algunas joyas a la recién liberada. Habilitaron una espaciosa habitación para que se alojara temporalmente la joven pareja. Esa misma noche organizaron una suculenta cena a la que acudieron una docena de bellas cortesanas.

El día de su partida, muy de madrugada, cuando la joven pareja subió al carruaje para emprender el viaje hacia el sur, vinieron a despedirse todas las amigas de la preciosa mujer. Trajeron un cofre y se lo dejaron en las manos de Du, diciéndole:

—Esta caja contiene unas monedas que hemos juntado para ayudaros un poco en el viaje. Esperamos que seáis felices para toda la vida.

Du les agradeció la gentileza y guardó el cofre sin abrirlo. Viajaron varios días en un carruaje hasta llegar a un río que les conduciría hacia el sur. A los pocos días agotaron el dinero que llevaban. Para continuar el viaje, Du abrió la caja y saco un sobre rojo que contenía cincuenta monedas de plata. Alquilaron un barco privado con remero y siguieron el viaje. Li había tomado la decisión de ir hacia Hang Zhou, para instalar primero a la mujer, mientras que él iría a su casa para convencer a sus padres y conseguir su conformidad con el matrimonio.

Una noche, mientras estaban anclados en un embarcadero, se les acercó un barco privado de lujo en el que viajaba un joven comerciante de sal. Al día siguiente, cuando el comerciante vio por casualidad la bellísima cara de Du, cambió su plan de viaje y persiguió su barco durante todo el día. Al final, pudo entablar conversación con Li, a quien le invitó a cenar en un restaurante del puerto. El comerciante de sal era más o menos de la edad de Li y había conocido a muchas mujeres de vida alegre durante sus largos viajes. Pero jamás había visto una chica tan guapa. Tras más de veinte copas de licor, se hicieron amigos confidenciales. Li le contó todo lo que había pasado en estos dos años, y al final reveló su preocupación por la dificultad de conseguir el consentimiento de sus padres para poderse casar con una mujer de esa índole.

El comerciante agravó su desasosiego del joven diciendo:

—Tus padres jamás van a consentir que te. cases con ella. Preferirían morir antes de ver su dignidad manchada y su reputación por el suelo. Además, ese tipo de mujeres suelen engañar a los hombres. Si la dejaras sola en una ciudad como ésta, antes de diez días te volvería a ser infiel y a engañarte. Probablemente ella tiene viejos amigos en el sur, así que en cuanto vuelvas de casa, ya se habrá marchado con ellos dejándote abandonado. Sobre todo ahora que vas a tener que afrontar la severa mirada de tus padres, los pondrás enfurecidos si vuelves a casa con las manos vacías para contarles que has gastado todo el dinero en burdeles sin haber hecho ningún estudio.

Los vas a matar vivos con esa ocurrencia.

Al oír sus razonamientos, el joven Li empezó a vacilar.

—¿Qué hago entonces?

—¿Por qué no me la cedes por mil monedas de plata? Así tendrás dinero y les contarás que todo eso es mentira, que has estado estudiando y aún te queda bastante dinero. De esta manera te creerán plenamente. Así, también te liberarás de esa mujer, que seguro te va a engañar.

Li se sintió mareado y totalmente perturbado. Se limitó a decirle que consultaría con su mujer.

Cuando llegó pasada la medianoche, borracho y malhumorado, la hermana Du aún lo esperaba con las velas encendidas. Le preguntó si quería tomar algo de lo que le había preparado; como lo vio menear la cabeza, le quitó los zapatos para que se tumbara en la cama. De repente, el joven empezó a llorar. Extrañada, Du le preguntó qué había pasado. Li le contó lo que le propuso el comerciante de sal. Después de escucharlo, con los ojos inundados de lágrimas, la bella mujer le preguntó con ansiedad.

—¿Qué piensas de esa sugerencia?

Perturbado y dolorido, el joven le dijo sollozando:

No sé qué hacer. Es tan difícil para mí. Por un lado, tengo miedo de que mis padres se enojen si me caso contigo, por el otro, te quiero mucho y sería un martirio para mí perderte. No sé, no sé qué hacer.

La cara de la bella mujer se volvió trágicamente serena.

Quien te ha propuesto esto es una persona generosa y razonable. No veo ninguna mala intención en su comportamiento. Además, recuperarás el dinero para salvar tu reputación ante tus padres. A mí no me importaría ir con otro hombre, así también me evito sufrir la penuria y la inseguridad de esperarte. Pero es importante que te dé el dinero que ha prometido. ¿Cuándo te lo dará?

—Mañana, si estás de acuerdo con este arreglo. —Perfecto, duerme ahora para contar bien el dinero mañana.

El hombre concilió el sueño enseguida. Mientras, la mujer empezó a cambiarse y a maquillarse con sumo cuidado.

Al día siguiente, cuando Li se despertó, encontró a su mujer elegante y bellísima. Recordó lo que hablaron unas horas antes y agachó la cabeza con un largo suspiro. Al verlo así, la hermana Du le recordó:

—Cuenta bien el dinero, para que no te engañe.

Li abrió la puerta del barco, el rico comerciante ya estaba esperando en su lujoso barco, con los ojos ávidos fijos en la bellísima mujer. Li le dijo:

—He hablado con mi mujer, ella lo ha aceptado. Dame, pues, el dinero.

El comerciante se mostró desconfiado.

—Para darte el dinero, necesito tener el tocador de tu mujer como fianza.

Li volvió la cabeza para consultar a la hermana Du, quien le dijo categóricamente:

—Dáselo.

Una vez traspasado el tocador, el comerciante le entregó las mil monedas de plata, que Li contó una a una. No faltaba ninguna, y además comprobó que eran monedas auténticas. Volvió los ojos hacia la lindísima mujer que iba a pasar al otro barco. La hermana Du ni siquiera se dignó mirarlo, su cara se veía tranquila, impasible y soberbia. Tenía en las manos el cofre que le habían regalado las chicas de la misma profesión. La mujer se paró en la proa del barco y dio orden al remero para zarpar y emprender la marcha, atado al barco del comerciante, adonde se podía pasar con un trampolín. Du pidió a Li que se acercara y viera qué había en la caja. Abrió la tapa del precioso cofre, dejando ver su contenido. Li no podía creer lo que veían sus propios ojos. Había monedas de oro, pendientes y anillos de brillante, collares de perlas, figuritas de marfil y lapizlázuli, piezas de jade verde que valían un imperio.

La bella mujer empezó a hablar:

—Éstas son las joyas que me regalaron los nobles y ricos que han besado mis pies. Algunos se han arruinado haciéndome regalos de incalculable valor. Pero no conquistaron mi amor, simplemente mancharon mi cuerpo. El único hombre que he querido en mi vida eras tú. Pero por mil monedas de plata me has vendido a ese morboso sinvergüenza. Me da pena tu fragilidad y tu inconstancia. Este cofre no es regalo de ninguna amiga. Es mío. Les pedí que me lo guardaran dos días y que me lo devolvieran como si se tratara de un regalo. Estas joyas valen más de cien mil monedas de oro. No te lo había dicho justamente para probar la autenticidad de tu amor. Pero me has destrozado el corazón con tu mezquindad.

Mientras decía esto, tiraba a manos llenas las joyas al caudaloso río ante los atónitos ojos del hombre al que amó con toda su alma y del que odió desde el principio. Antes de que vaciara el contenido del cofre, Li se dio cuenta del valor de las cosas que estaba tirando la mujer, se arrodilló pidiendo perdón. Pero era demasiado tarde; antes de que reaccionara, la Décima hermana Du se había lanzado al profundo río con el cofre vacío. La hermosa silueta de la hermana Du desapareció enseguida en el caudaloso torrente.

sábado, 17 de enero de 2009

Sedna, La Esposa del Sol


Sedna era una muchacha Inuit que había provocado la ira de su padre al rechazar a todos sus pretendientes humanos, se casó con un perro y alumbró varios cachorros. Horrorizado, su padre la lanzó al mar, y le cortó los dedos cuando trató de subirse nuevamente a la barca. Sedna se hundió en el fondo del mar donde se conviritó en un poderoso espíritu y sus dedos cortados se transformaron en las primeras focas.

Como señora de los mares, Sedna es importantísima para la supervivencia humana. Sin embargo, el maltrato que recibiera por parte de su padre la ha hecho muy caprichosa, por lo cual si no es aplacada de manera constante se ocupa de encerrar a los animales marinos, y la humanidad muere de hambre. Cuando esto sucede, un chamán debe viajar hasta su casa y enfrentarse a los terribles guardianes hasta implorar a Sedna, cara a cara.

Para los Inuit todos los pecados de la humanidad caen en el océano y se acumulan en el pelo de Sedna en forma de grasa y suciedad. Cuando el Chaman viaja hacia Sedna, debe ocuparse de limpiar y trenzar sus cabellos porque ella no puede hacerlo ya que su padre le cortó los dedos. En agradecimiento por esta tarea, Sedna libera a los animales y la humandidad vuelve a comer.

La Dama de Shalott




A ambos lados del río se despliegan
sembrados de cebada y de centeno
que visten la meseta y el cielo tocan;
y corre junto al campo la calzada
que va hasta Camelot la de las torres;
y va la gente en idas y venidas,
donde los lirios crecen contemplando,
en torno de la isla de allí abajo,
la isla de Shalott.

El sauce palidece, tiembla el álamo,
cae en sombras la brisa, y se estremece
en esa ola que corre sin cesar
a orillas de la isla por el río
que fluye descendiendo a Camelot.
Cuatro muros y cuatro torres grises
dominan un lugar lleno de flores,
y en la isla silenciosa vive oculta
la Dama de Shalott.

Junto al margen velado por los sauces
deslízanse tiradas las gabarras
por morosos caballos. Sin saludos,
pasa como volando la falúa,
con su vela de seda a Camelot:
mas, ¿ quién la ha visto hacer un ademán
o la ha visto asomada a la ventana?
¿O es que es conocida en todo el reino,
la Dama de Shalott?

Sólo al amanecer, los segadores
que siegan las espigas de cebada
escuchan la canción que trae el eco
del río que serpea, transparente,
y que va a Camelot la de las torres.
Y con la luna, el segador cansado,
que apila las gavillas en la tierra,
susurra al escucharla: «Ésa es el hada,
la Dama de Shalott».





II

Allí está ella, que teje noche y día
una mágica tela de colores.
Ha escuchado un susurro que le anuncia
que alguna horrible maldición le aguarda
si mira en dirección a Camelot.
No sabe qué será el encantamiento,
y así sigue tejiendo sin parar,
y ya sólo de eso se preocupa
la Dama de Shalott.

Y moviéndose en un límpido espejo
que está delante de ella todo el año,
se aparecen del mundo las tinieblas.
Allí ve la cercana carretera
que abajo serpea hasta Camelot:
allí gira del río el remolino,
y allí los más cerriles aldeanos
y las capas encarnadas de las mozas
pasan junto a Shalott.

A veces, un tropel de damiselas,
un abad tendido en almohadones,
un zagal con el pelo ensortijado,
o un paje con vestido carmesí
van hacia Camelot la de las torres.
Y alguna vez, en el azul espejo,
cabalgan dos a dos los caballeros:
no tiene caballero que la sirva
la Dama de Shalott.

Pero aún ella goza cuando teje
las mágicas visiones del espejo:
a menudo en las noches silenciosas
un funeral con velas y penachos
con su música iba a Camelot;
o cuando estaba la luna en el cielo
venían dos amantes ya casados.
«Harta estoy de tinieblas», se decía
la Dama de Shalott.



III

A un tiro de flecha de su alero
cabalgaba él en medio de las mieses:
venía el sol brillando entre las hojas,
llameando en las broncíneas grebas
del audaz y valiente Lanzarote.
Un cruzado por siempre de rodillas
ante una dama fulgía en su escudo
por los remotos campos amarillos
cercanos a Shalott.

Lucía libre la enjoyada brida
como un ramal de estrellas que se ve
prendido de la áurea galaxia.
Sonaban los alegres cascabeles
mientras él cabalgaba a Camelot:
y de su heráldica trena colgaba
un potente clarín todo de plata;
tintineaba, al trote, su armadura
muy cerca de Shalott.

Bajo el azul del cielo despejado
su silla tan lujosa refulgía
el yelmo y la alta pluma sobre el yelmo
como una sola llama ardían juntos
mientras él cabalgaba a Camelot.
Tal sucede en la noche purpúrea
bajo constelaciones luminosas,
un barbado meteoro se aproxima
a la quieta Shalott.

Su clara frente al sol resplandecía,
montado en su corcel de hermosos cascos;
pendían de debajo de su yelmo
sus bucles que eran negros cual tizones
mientras él cabalgaba a Camelot.
Al pasar por la orilla y junto al río
brillaba en el espejo de cristal.
«Tiroliro», por la margen del río
cantaba Lanzarote.

Ella dejó el paño, dejó el telar,
a través de la estancia dio tres pasos,
vio que su lirio de agua florecía,
contempló el yelmo y contempló la pluma,
dirigió su mirada a Camelot.
Salió volando el hilo por los aires,
de lado a lado se quebró el espejo.
«Es ésta ya la maldición», gritó
la Dama de Shalott.


IV

Al soplo huracanado del levante,
los bosques sin color languidecían;
las aguas lamentábanse en la orilla;
con un cielo plomizo y bajo, estaba
lloviendo en Camelot la de las torres.
Ella descendió y encontró una barca
bajo un sauce flotando entre las aguas,
y en torno de la proa dejó escrito
La Dama de Shalott.

Y a través de la niebla, río abajo,
cual temerario vidente en un trance
que ve todos sus propios infortunios,
vidriada la expresión de su semblante,
dirigió su mirada a Camelot.
Y luego, a la caída de la tarde,
retiró la cadena y se tendió;
muy lejos la arrastró el ancho caudal,
la Dama de Shalott.

Echada, toda de un níveo blanco
que flotaba a los lados libremente
—leves hojas cayendo sobre ella—,
a través de los ruidos de la noche
fue deslizándose hasta Camelot.
Y en tanto que la barca serpeaba
entre cerros de sauces y sembrados,
cantar la oyeron su canción postrera,
la Dama de Shalott.

Oyeron un himno doliente y sacro
cantado en alto, cantado quedamente,
hasta que se heló su sangre despacio
y sus ojos se nublaron del todo
vueltos a Camelot la de las torres.
Cuando llegaba ya con la corriente
a la primera casa junto al agua,
cantando su canción, ella murió,
la Dama de Shalott.

Por debajo de torres y balcones,
junto a muros de calles y jardines,
su forma resplandeciente flotaba,
su mortal palidez entre las casas,
ya silenciosamente en Camelot.
Viniendo de los muelles se acercaron
caballero y burgués, señor y dama,
y su nombre leyeron en la proa,
La Dama de Shalott.

¿Quién es ésta? ¿Y qué es lo que hace aquí?
Y en el cercano palacio encendido
se extinguió la alegría cortesana,
y llenos de temor se santiguaron
en Camelot los caballeros todos.
Pero quedó pensativo Lanzarote;
luego dijo: «Tiene un hermoso rostro;
que Dios se apiade de ella, en su clemencia,
la Dama de Shalott».

(Alfred Tennyson)

domingo, 11 de enero de 2009

Los amantes de las Cardas

Quien desde los alrededores de Coquimbo mire los cerros que se elevan hacia el lado de Ovalle y se entretenga en recorrerlos con la vista, advertirá que, al llegar a Las Cardas, el perfil de aquellas elevaciones del terreno se aparta de su natural regularidad y describe dos figuras de proporciones colosales: la de una mujer tendida de espaldas y la de un hombre que se inclina en actitud acariciadora.
Los viejos de los contornos aseguran que aquel grupo eternizado en piedra sobre los cerros es el recuerdo de una vieja y dramática historia de amor.
Cerca de Tamaya, según cuentan, vivía entonces una buena familia, a la que pertenecía una joven, casi una niña todavía, linda como una flor. Todos los mozos la pretendían, pero ella, quizá porque no habían brotado aún en su alma las inclinaciones y sentimientos propios de la mujer, no hacía caso a ningún pretendiente y seguía entregada a entretenimientos y diversiones infantiles.
Pero un día, un día fatal para aquella dichosa familia, llegó a la casa un desconocido en demanda de trabajo, y tuvieron la desafortunada idea de emplearlo.
Era un hombre vulgar y de facultades nada extraordinarias para las faenas que se le encomendaron. Más que de trabajar, gustaba de contar sucesos acaecidos en diversos lugares. Nunca hablaba de sí mismo. Pero como en los pueblos no se resignan a ignorar la vida de las personas que en él residen, al poco tiempo de estar allí ya se había averiguado, o imaginado, la del desconocido. Se empezó a decir que era un vagabundo, que estaba envuelto en una historia muy oscura.
La mirada y la voz constituían las dos únicas notas singulares del extraño personaje: una mirada penetrante y dura, con quiebros cariñosos, y una voz que encantaba los campos con sus cantos.
Aquel aventurero audaz y mundano empezó por entretener a la niña con sus maravillosos relatos y terminó por despertar en ella las inquietudes propias de una mujer. En poco tiempo, un cambio radical se desató en el carácter de la muchacha.
Su padre, que no era hombre lerdo, se dio cuenta en seguida de la transformación. La niña alegre y zalamera se había convertido de pronto en una mujercita tristona y huidiza.
Pronto fueron descubiertas también las causas de aquella variación, que es muy difícil que el amor pueda estar oculto mucho tiempo. Y toda la felicidad se alejó de aquella casa.
El padre, hombre enérgico, adoptó la resolución más tajante para cortar las odiosas relaciones, y despidió al forastero sin más.
Pero ya se sabe cuál suele ser el triste resultado de las oposiciones paternas. La pequeña hoguera se convirtió en incendio incontenible. La joven no podía vivir ya sin el amor de aquel hombre, de aspecto vulgar, pero de conversacion cautivadora. Y una noche tras ponerse de acuerdo con él, abandonó su casa.
Por caminos extraviados y penosos, trataron de alejarse, oculta y rápidamente. Pero el forastero no conocía muy bien los caminos, y la joven, con la emoción y su debilidad, se cansó pronto. Dieron tiempo a que se percibiera en la casa su desaparición y se saliera en su busca.
Cada vez era mayor el cansancio y menos lo que avanzaban. No tardarían en ser alcanzados por los perseguidores. En el silencio de los campos ya se les oía aproximarse.
Viéndose agotada y perdida, la joven ya no pudo dar un paso más. Se dejó caer sobre la hierba y mientras le tendía los brazos a su amado, le dijo:
- Es imposible continuar. Ámame aquí a la luz de las estrellas y muramos unidos.
Con el primer beso, sobrevino una gran conmoción en la tierra, como si un poderoso volcán la removiera, y al día siguiente, el aspecto de aquel lugar apareció completamente transformado: en el filo del cerro, Dios había convertido a los amantes en estatuas y los había unido así para la eternidad.

sábado, 10 de enero de 2009

La Hija del Rey de la Tierra de la Juventud

Mientras Finn y su hijo Oisin, junto a varios compañeros, cazaban una mañana brumosa de verano a orillas del lago Lena, vieron acercarse a una doncella hermosísima, montada en un corcel blanco como la nieve.
Ella llevaba un traje de reina: una corona de oro y un manto de seda marrón con estrellas de oro rojo la envolvía y se arrastraba por el suelo.
Su caballo llevaba adornos de oro y un penacho sobre la cabeza.
La doncella y se acercó a Finn y con él habló.
- Desde lejos he venido y te he encontrado, Finn, hijo de Cumhal.
- ¿Cuál es tu tierra, doncella, qué es lo que deseáis de mí?
- Mi nombre es Niam la del pelo dorado. Soy hija del rey de la Tierra de la Juventud, y lo que me ha traído hasta aquí es el amor por vuestro hijo Oisin.
Ella giró hacia el joven guerrero y le habló con una voz a la que nadie podía negarse.
- ¿Vendrás conmigo, Oisin, a la tierra de mi padre?
- Allí iré y hasta el fin del mundo.
Entonces la doncella habló sobre su tierra, y mientras lo hacía, una quietud de ensueño inundó todas las cosas.
Ningún caballo se movió, los perros dejaron de ladrar, ninguna ráfaga de viento meció las hojas del bosque.

Los hombres estaban tan maravillados que de todo lo que ella contó, sólo pudieron recordar:

Es una tierra deliciosa por encima de todos los sueños,
Más bella que cualquier cosa jamás vista por unos ojos.
Allí todo el año hay frutos en los árboles,
Y durante todo el año las plantas florecen.

Allí los árboles miel salvaje gotean;
El vino y la hidromiel nunca se terminan.
Ningún habitante conoce el dolor ni la enfermedad,
Y la muerte o el decaimiento nunca están cerca de él.


La fiesta nunca empalaga ni la caza cansa,
Ni tampoco para de sonar la música de los salones;
El oro y las joyas de la Tierra de la Juventud
Brillan con esplendor jamás conocido por hombre alguno.
Tendrás caballos de buena cuna,
Tendrás perros que corren más que el viento;
Un centenar de guerreros os seguirán en las batallas,
Un centenar de doncellas os cantaran para que durmáis.
Una corona de soberano llevareis en la frente,
Y a vuestro lado un arma mágica siempre estará,
Y seréis el señor de toda la Tierra de la Juventud,
Y señor de Niam la del pelo dorado.
Al terminar la canción, los fians vieron a Oisin montar en el corcel mágico, sostener a la doncella en sus brazos, y desaparecer como un rayo de luz hacia el bosque.

Luz de Luna

Las últimas horas Braont había estado divagando por el bosque, lejos de su poblado, todo empezó cuando él había salido a vigilar las cercanías de la fortificación donde el habitaba con todos los suyos, en los últimos meses habían sufrido algunos ataques de una de las tribus vecinas.

En la zona donde se encontraba el poblado de Braont, la espesura del bosque era tal que permitía un grupo no demasiado numeroso el aparecer y desaparecer en cuestión de segundos sin que se pudiera apreciar su presencia con la suficiente antelación, si además era una de esas mañanas en las que la niebla envolvía el bosque la situación era aún más peligrosa.

Pero el poblado de Braont llevaba allí mucho tiempo, desde que el padre de su abuelo llegó procedente de tierras más al norte en busca de buenos pastos y bosques en los que subsistir, y aquel robledal salpicado de grandes hayas era ya un lugar sagrado para su pueblo, los druidas se internaban en la espesura del bosque donde tenían sus altares, a los que nadie excepto ellos osaban acercarse.

Aquella noche de fina lluvia, el joven guerrero estaba preparado para vengar las afrentas recibidas por los suyos en los últimos días, Braont se separó del grupo para buscar un sitio desde el que poder tener mejor visibilidad sobre esa parte del bosque, una vez hubo andado unos metros, observó a los lejos una gran piedra granítica que se elevaba justo debajo de las copas de algunos árboles, sin duda alguna ese era un buen punto desde él que podría observar los movimientos en el bosque.

El joven se dispuso a escalarla para poder comprobar la bondad de aquel punto de vista, dejó todas sus armas en el suelo, excepto el puñal corto que siempre guardaba trás sus pantalones, la piedra apenas presentaba fisuras a las que poder agarrarse, además su base estaba sembrada de pequeñas rocas puntiagudas que hacían más peligrosa la escalada en caso de caída, pero esto no pasaba por la mente de Braont, a la hora de tener que enfrentarse ante cualquier medio de la naturaleza, las dificultades no empañaban su valor, era lo que le habían enseñado a él, y de lo que siempre se jactaban sus antepasados.

Una vez superados los diez u once pasos necesarios para poder llegar a la cima, diose cuenta de que aquella roca extraña y difícil de escalar estaba justo en aquel momento orientada en la dirección en la que se encontraba la luna,

Braont calculó por la posición de la luna respecto al bosque que debía ser medianoche, ahora empezaba a soplar una suave brisa que no era demasiado fría pues la estación veraniega ya había llegado,

En las cercanías de su poblado todos se reunieron días atrás para celebrar la llegada de los meses calurosos, ya habían prendido fuego a las hogueras como ofrenda a los dioses para que el resultado de las cosechas fuera bueno y sus almas se purificaran de malos espíritus.

De pronto el guerrero quedó cegado por una luz de la que no pudo ver su procedencia, Braont se agacho sobre al apendice puntiagudo en el que terminaba la roca, y se asió con las dos manos para evitar perder el equilibrio debido a la falta de visión, pasaron algunos segundos y un sudor frío empezo a resbalar por su frente, en este breve tiempo su mente había estado dando vueltas a un ritmo trepidante sobre la situación en la que se encontraba.

Su primera idea era que estaba frente a la manifestación de alguna divinidad del bosque que moraba en las cercanías de esa piedra, y él había osado entrar en sus dominios, se encontraba frente a lo único a lo que sus mayores le habían enseñado a temer.

Pronto comprendió que en esa situación su fin estaba cercano, aunque sus ansias juveniles de vivir le obligaron a seguir pensando, él había sido buen seguidor de las enseñanzas de los druidas, siempre había sido respetuoso al extremo en los sacrificios a los dioses, y ahora se preguntaba porque había caído en su desagrado.

Mientrás tanto la luz había ido disminuyendo en intensidad sin que el céltico guerrero lo hubiera apreciado pues mantenía sus ojos sellados de temor, luego escucho un susurro seguido de una brisa de aire que le dio suavemente en la cara como devolviendole el aliento a su espíritu, se reanimo de tal forma que abrió los ojos, al hacerlo poco a poco fue teniendo una visión clara de lo que frente a él se encontraba, desde la misma luna una intensa luz iluminaba un cuerpo de mujer joven, Braont se fijó poco a poco más en ella.

Vestía blanca túnica, su pelo era como el de Braont, del color de los camps que los suyos cosechaban al inicio del mes más caluroso, del color del sol, su gesto era dulce.


En ese instante el guerrero apreció que la mujer que se encontraba frente a él no se apoyaba sobre ningún elemento, y sin embargo estaba a la misma altura que él sobre la cima de la roca, su temor volvió a aflorar, era el miedo a lo sobrenatural, a lo divino, pensó que la única solución era saltar de esa roca y salir corriendo a encontrar al resto de su grupo antes de que ese espíritu decidiese mostrar su poder, tensó sus músculos y se dispuso a saltar al suelo, la altura de la roca era como de unas diez veces la longitud del cuerpo de Braont, pero eso no le importaba, solo quería correr y seguir viviendo.

Cuando estaba dispuesto a saltar, la mujer que estaba frente a él callada, sonrío con dulzura, y Braont que seguía teniendo un miedo atroz, se quedó parado unos segundos perplejo frente a la belleza de la imagen que frente a él se encontraba, era como si fuese teniendo menos miedo por instantes.


Así transcurrieron unos segundos más, durante los cuales el joven no se atrevío a pestañear, ni por un segundo relajó sus musculos que estaban prestos a realizar el arriesgado salto, pero de pronto la luz fue perdiendo intensidad hasta que desapareció del todo, Braont aún permaneció unos instantes mirando el bosque en la dirección en la que la luna proyectaba su luz, pero ya no veía a la joven.

El aire volvió a soplar de nuevo y el guerrero se encontró de pronto de nuevo en la consciencia de su situación anterior, los demás del grupo seguro que debían andar buscándole y él no podía saber que tiempo había transcurrido desde que se separó de ellos, para él había sido como una eternidad.

Destrepó los pasos de roca hasta llegar a la base de la piedra, recuperó el resto de sus armas y empezó a correr en la dirección en la que había abandonado el grupo, tras avanzar unos metros se volvío a mirar hacia la roca y la zona del bosque más iluminada que ahora se encontraban detrás de él, la luna seguía clareando esa parte del denso hayedo como si fuese pleno día.

Braont volvió a inciar su carrera y mientras se dirigía al encuentro de sus compañeros, recordó como una vez su abuelo anciano le contó que los dioses siempre veían con agrado a los guerreros más nobles y valerosos, y como un guerrero de la tribu, cuando vivían en los bosques del norte, una noche fué envuelto por una espesa niebla que le llevó lejos de su casa, y que al volver contó a los druidas del poblado que se había encontrado con el espíritu que moraba en el bosque, y que como tras contarlo y a pesar de ser un guerrero valeroso fue rechazado por los druidas y a partir de entonces fue perdiendo estima entre los suyos.

Pero Braont pensaba que a él no le pasaría lo mismo, el no iba a contar nada en el poblado sobre lo que le había acontecido, aunque ¡por Lugh!, estaba seguro de que esa noche se había encontrado frente al espíritu de la mismísima luna en el bosque, y estaba seguro de que él y los suyos esa noche iban a vencer a sus enemigos de la tribu vecina, esa noche iban a contar con una ayuda inestimable, esa noche les iba a ayudar la LUNA.

La Laguna de la Niña Encantada


Existe en la provincia de Mendoza una laguna, que es como un engarce mágico en las alturas de las montañas. Fue en tiempos antiquísimos el cráter de un volcán, y como por encantamiento su comba dorada por el fuego se convirtió en una pequeña laguna que es prodigio de belleza. De ella se desprende como hilo de plata un pequeño arroyuelo que bajando de la cumbre va a unirse al Salado después de recorrer un largo trecho entre peñascos bravíos. Los indios la llamaban" Alhué pichitrequen lauquen" (pequeña laguna de Dios que se hiela).
Dice la leyenda que "Elchá Chiamal Cané" (que significa “Espejo” o “doncella de la túnica verde”) fue entregada como prenda de paz por su padre al ser derrotado contra el viejo cacique Calilué, quien la tomó por esposa.
La hermosa india aceptó el sacrificio por la ventura de su pueblo, y la concordia reinaba así entre las dos tribus enemigas.

Sucedió entonces que al morir otro cacique, amigo de Calilué le encargó, la custodia de su apuesto hijo, llamado Cantipán.
Elchá y Cantipán se enamoraron cuando el destino cruzó sus miradas desde el primer encuentro. Por lealtad hacia su padre adoptivo, el joven quiso huir de la mujer que ama, pero Elchá le hizo prometer que escaparían juntos.
La primera noche de luna nueva de la primavera, huyeron los enamorados. Cuando Calilué, descubrió la traición recurrió a su hermana, Ghulcán, quien vanamente había pretendido el amor de Cantipán. La despechada con el auxilio de la hechicera Quetrupillán, partió con el alba en persecución de los jóvenes. Guiada por la bruja llegó a la laguna, en una de cuyas grutas se habían refugiado Elchá y Cantipán.

Queriendo sorprenderlos, la perversa hermana de Calilué fue transformada en lechuza por hechizo de la bruja transportando además en sus garras un ramo mágico de lirios trenzados por Quetrupillán.
Junto a la orilla, los enamorados dando rienda suelta a su amor no percibieron la llegada de la lechuza que al acercase a ellos arrojó sus flores en el regazo de Elchá. Ésta, alborozada al ver las hermosas flores, las colocó sobre su pecho y corrió a contemplarse en las tersas aguas. Pero en cuanto lo hizo quedó transformada en piedra.


Lleno de asombro y horror, Cantipán trató de volverla a la vida besándola apasionadamente. Ante la inutilidad de sus esfuerzos y enloquecido de dolor se arrojó a la laguna.

Ghulcán recobrando la forma humana suplicó a la bruja que salvase al hermoso joven, de cuyo amor no podía desprenderse. Mas, como la bruja tardaba en encontrar el sortilegio necesario, se arroja a la laguna para tratar de rescatarlo.

Preparado el ungüento mágico, la bruja sacó los cadáveres y los devolvió a la vida. Cantipán corrió entonces a abrazar la petrificada figura de su amada.

Ghulcán, loca de celos, trataba de interponerse y acabó confesando su deslealtad a Calilué, y sollozando le pide perdón, y culpa de todas sus desgracias a la bruja Quetrupillán. Esta, al verse descubierta quiso huir; recogió el ramo de lirios y, sin desearlo, se contempló en el agua. Instantáneamente obró el sortilegio y desapareció en las aguas con las flores al cuello, convirtiéndose en una roca negra.

Cantipán, estupefacto, comprendió que en el ramo lirio estaba el encantamiento, y para recuperado y, volver a la vida a Elchá se arroja de nuevo a la laguna.

Ghulcán, ante el fracaso, sigue al que amó inútilmente hacia el desconocido fondo del cual nunca regresarán...

Dicen que en las noches de luna nueva aún se escucha la queja lastimera de los enamorados, mientras con sus ojuelos vivaces, una lechuza, donde se refugió el alma de Ghulcán, ronda, presa del encantamiento...
Y así corre entre los paisanos de la tierra de los huarpes esta tierna leyenda.
Hay quienes refieren que la laguna en noches silenciosas emite en el cascabeleo de sus aguas, un lamento suave y profundo. Son las voces de Elchá y Cantipán que aún esperan a alguien que los despierte del encantamiento.

La Orquídea de la Vainilla


En los tiempos del rey totonaca Teniztli tercero, una de sus esposas tuvo una hija que por su belleza fue llamada Tzacopontziza "Lucero del Alba", la cual fue consagrada al culto de Tonacayohua diosa de la siembra y los alimentos.

Esta se enamoro de un joven principe llamado Zkatan-oxga "Joven Venado", a pesar de que tal sacrilegio estaba penado con la muerte.

Relata la leyenda que un día cuando la joven salió del templo a buscar tortitas de maíz para ofrecer a la diosa, huyó con el joven príncipe hacia la montaña, donde se les apareció un monstruo que los envolvió en llamas obligándolos a retroceder.

A su regreso los sacerdotes los esperaban y sin explicación alguna fueron degollados y llevados al adoratorio, en donde tras sacarles el corazón y ponerlos en piedras voitivas del ara de la diosa, fueron arrojados a una barranca. En el lugar en que se les sacrificó, la hierba empezó a secarse como si la sangre de las dos víctimas, allí esparcida, tuviera un maléfico influjo.

Tiempo después empezó a brotar un arbusto elevándose a varios palmos del suelo y cubierto de espeso follaje.

Al alcanzar su desarrollo total, comenzó a crecer junto a su tallo, una orquídea trepadora sobre el tronco del arbusto. Una mañana, la planta se cubrió de flores y todo el sitio se bañó de exquisitos aromas.



Ante el asombro de los sacerdotes, no dudaron en creer que la sangre de los dos príncipes se había transformado en arbusto y orquídea. Su sorpresa fue mayor, cuando las hermosas flores se convirtieron en largos y delgados frutos que al madurar desprendían un dulce y suave perfume, como si el alma inocente de Lucero del Alba esenciara en él, las fragancias más exóticas.

Así la vainilla fue declarada planta sagrada y se elevó como ofrenda divina en los adoratorios totonacas tomando el nombre de caxixanath que significa "flor recóndita".

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