miércoles, 30 de enero de 2013

Mito del Emperador

Cuando nació, el Emperador de los Cielos lanzó a su hijo a un corral con nueve bebés y una sola loba que había perdido a sus cachorros. Llamó hijo suyo al niño que vivió y le lanzó a un corral con cinco niños y tres juguetes. Llamó hijo suyo al que tuvo los tres juguetes y le lanzó a un corral con cuatro muchachos y dos armas. Llamó hijo suyo al joven que vivió y le lanzó a un corral con otro joven y una princesa. Llamó hijo suyo al hombre que vivió y sin dejarle tocar a la princesa, lo lanzó al mar con sólo un tronco para que llevara su imperio a las tierras.

El hijo del Emperador maldijo a su padre, pues hubo de pasar muchas penalidades y a punto estuvo de perecer en muchas ocasiones, pero alcanzó con su tronco la isla de la Tierra. Cuando llegó, nada en él semejaba la figura de su Padre, pero portaba su misma esencia y este es uno de los Nueve Grandes Misterios. El despojo salvaje que alcanzó la isla, más bestia que persona, cazó, mató y se hizo fuerte. Y conoció que en la isla habitaban seres de figura semejante a la suya, incluyendo mujeres, por lo que empezó a asediar a unos y favorecer a otros y se formó una tribu donde se podían repartir los trabajos de bestia que le proporcionaban sustento.

Con los años la tribu se hizo poblado y los seres que la formaban eran ya menos bestias y más personas, aunque aun muy poco. El poblado, sin embargo era aún una gran bestia y asedió, de los seres que a su alrededor moraban, a algunos y a otros favoreció. Con esto sobrevivió y prosperó y se hizo con un reino. Y los que lo formaron pudieron ser personas y hablar y reír y pensar como personas, pero de forma muy diferente a las personas del Imperio de los Cielos y peor.

Con los años, el reino se hizo tribu de reinos y algunas de las personas pudieron pensar un poco como las personas del Imperio de los Cielos y soñar en cosas que no son y hacerlas ser y preguntar a las bestias qué las hizo bestias y qué hizo Cielos a los Cielos y qué personas a las personas y cómo es que las personas mueren y cómo pueden no morir. Pero las preguntas no tuvieron buenas respuestas, porque sólo pensaron un poco como las personas del Imperio de los Cielos.

Con los años, la tribu de reinos se hizo imperio de la isla. El emperador, hijo del Emperador de los Cielos, era ya viejo y veía su fin llegar y no quiso que llegase. Había aprendido a pensar mucho y pensó más y quiso responder a las preguntas que no tenían buena respuesta. Pensó bien porque había llegado al punto en que las preguntas tienen respuesta o muerte. Como siempre había vivido ante situaciones de respuesta o muerte, no le costó hacerlo bien entonces. Empezó a tener respuestas que llevaron a más preguntas sobre qué más islas habría y cómo sería el Imperio de los Cielos, del que nada recordaba. Y también pensó respuestas y las respuestas que pensó, vio que no eran y quiso hacerlas ser.

Poco después, el Emperador de la Tierra tuvo un hijo. Cuando nació, lo lanzó a un corral con nueve bebés y una sola loba que había perdido a sus cachorros, pues quería que aprendiese desde el principio a sobrevivir. Sabía que no valdría enseñarle cuanto en su Imperio había construido, sino que tendría que ponerle en el camino que le llevase únicamente a producirle a él mismo. Quería que su hijo conquistase otras islas para tener en ellas realidad de lo que había pensado y no era. Sabía que su hijo no se le asemejaría en figura cuando le expusiese a duras penalidades y sabía que le repudiaría, pero pensó que esa es la única manera de que su hijo fuese él y no como él.

Con los años, el Emperador había comprendido la Llave de los Nueve Grandes Misterios, y abandonó su nombre de Emperador de la Tierra para llamarse Emperador de los Cielos. Y el Emperador de los Cielos supo que su hijo había muerto y que su cuerpo había muerto, pero él no había muerto ni había muerto aun la figura de su hijo. El Emperador de los cielos lanzó a un muchacho salido de un corral a otro corral con otro muchacho y una princesa y al que salió lo lanzó al Mar de Estrellas para que llegase a otra isla, y nunca morirá.

Ulises Grant

Nephilim


Así que no sabes qué fueron o son, quizá, los Nephilim. Pues bien...
Según cuentan los padres ancianos a sus hijas soñadoras de cabello negro y ojos anhelantes en las noches de desértico verano, cuando Dios expulsó a los rebeldes de su paraíso, los ángeles amaron al hombre y le ayudaron a progresar.
Carentes, parecía, del amor del Creador, sólo hallaron consuelo en lo que más se le parecía y con hombres y mujeres concibieron una raza con toda la gloria del ángel y toda la pasión de Dios y el hombre. Fue una raza atroz de gigantes que se debatían entre furias y amores.
Los hombres y los ángeles los rechazaron y ellos mismos llegaron a odiarse. Entonces Dios, a la vez compadecido e iracundo con aquella aberración, engendró las bestias celestiales, que les dieron caza hasta su exterminio, guiadas por legiones de arcángeles. Después, las lanzó al Sheol, al cuidado del Esclavo Caído, donde esperan para actuar en la batalla de Armaggedon.
Pero cuentan las leyendas que las enamoradizas hijas susurran a escondidas de sus mayores que no cayó toda la sangre de Nephilim y, mezclados con la estirpe de la tierra, aún nacen y viven como humanos seres horribles y celestiales con toda la gloria y el mal en sus manos.
Toman el aspecto de personas incomprendidas e incomprensibles, víctimas solitarias del desarraigo.
Quién sabe de dónde venimos, ni si somos deseados, pero la soledad que me inunda de vacío en esta tarde feliz me está matando.

 (Ulises Grant)

La leyenda del dios roto




Cuenta una historia más antigua que el tiempo que los dioses estaban irritados por las continuas molestias y disputas que entre ellos provocaba el dios Bardo de la belleza. Seducía aquél a las diosas y encandilaba a las estrellas que, entre suspiros, se olvidaban de brillar.
Su perfecta belleza y encanto impedían a los dioses dar castigo al joven cantor, pues siempre conmovía el corazón del ofendido dios que contra él se alzaba. Decidieron los dioses calmar el orgullo y la arrogancia de su hermano desterrándolo de su gran morada. Para ello, pidieron al lucero del alba que se dejase atraer por sus cantos de alabanza y compartiese con el dios poeta un trago del lago de los sueños.
Así lo hizo el lucero, quedando enseguida prendado de la deidad. El dios y la estrella se reunieron junto al lago y quedó el Universo privado de su brillo. Dejóse amar el encandilado lucero y, bajo la argéntea mirada de la eterna Luna, compartió con el dios un sorbo del agua de los sueños, que une en sueños eternos a los amantes divinos.
Al otro lado del lago esperaban los dioses a que el agua encantada hiciese su efecto y que durmiesen el lucero y el dios bello para verse a salvo de su hechizo. Pero, cuando ya rozaban los ojos amantes los dedos del buen sueño, advirtió el lucero a los dioses y sus intenciones de privarle de su amado y llevarle al destierro. Saltó al aire y brilló con tanta fuerza que su destello llegó al Sol, intentando que no durmiese el artista celestial, mas ya el agua del lago hacía sus efectos y durmió el dios y cayó también durmiente, aunque resistiéndose, el lucero.
El Sol, desafiado, se acercó a batirse con el lucero, que caía presa del sueño y Luna madre, piadosa, contuvo al Sol con sus encantos para que no acabase con el astro indefenso. Desde entonces pugna Sol por acceder al lucero y el lucero hace sólo breves intentos por despertar con su brillo al dios durmiente, mientras Luna contiene al adversario y así se suceden días y noches entre intentos brillantes del lucero de despertar a la belleza.
Y así, ocurrido esto, los dioses discutieron durante muchos días y noches maravillados ante la durmiente hermosura de amaneceres, ocasos, días luminosos y noches plateadas que acababan de crear con el complot contra su hermano que reposaba. “Si alguno de ellos triunfase -pensaban- sería tan fuerte y orgulloso como nuestro hermano”. Decidieron los dioses así que no debía despertar y siguieron con su mal plan.
Para enseñarle la lección y borrar de su morada aquel orgullo, los crueles hermanos cortaron en pedazos al dios que soñaba y los esparcieron por todo el infinito para que no le extrañase ninguna estrella. Para hacerle aprender, además, obligaron a sus partes a soñar por todos los tiempos que eran alguna de las cosas que habitan bajo y sobre las estrellas.
Soñaron los fragmentos del dios a veces y otras tan sólo callaron; y se mezcló el dios con la materia. Soñaron con rocas, montañas, vientos y toda la Naturaleza y a veces soñaban con hombres y mujeres, con niños y poetas. Y en esos sueños de un dios roto llegó a la Tierra la belleza.
A veces uno de nosotros llora o siente, ríe o sueña sin dormir. A veces alguien escribe, pinta o canta, otro se enamora y aquel se lamenta en solitario. Son los fragmentos del dios los que lloran porque ya no está reunida toda la belleza. Son los fragmentos que hacen que nuestro corazón arrastre fuerte a la cabeza y nos haga querer amar a la Luna y las estrellas.
Grande era el orgullo del dios y mejor es que no aprenda, pues ya hay humanos humildes que se saben sin belleza y no es justo que la pierda el mundo debido a un dios que despierta. Aunque quizás eso no sea más que lo que aprende el soñador poeta: que es más hermosa entre sombras fragmentada la belleza que en un solo ser, cegadora y entera.
Cuenta esta antigua leyenda que todos tenemos del dios un poco de su conciencia. Si es así y resulta cierta, mantén tu alma despierta para oír los sentimientos de cualquiera, pues quizás no sean más que los sueños de un dios que sueña.

Ulises Grant.

domingo, 20 de enero de 2013

Fábula del unicornio



Cuando Noé vió el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en el Arca ante la inminencia del Diluvio.
Jamás había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de caracol no muy abundantes en estos días.
Cuenta la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros por el ir y venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al Unicornio a comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la muerte rogó a un Dios por su vida. Éste lo transformó en un narval, dejándolo conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el océano del tiempo.
En las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda con la luna como una pecera de fondo.
A veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde tiempos remotos.

(MariaL)

La Roca



Ibagué Hace cincuenta años estaba conformada por 3 barrios. Era una ciudad relativamente pequeña. Una de las tantas montañas que la rodeaba (Y aún la rodea), es La Martinica. Hoy en aquella montaña se puede observar una profunda depresión desde cualquier punto de la ciudad. Sobre esa depresión, existió una roca de cincuenta metros de altura, la cual identificaba a la ciudad de Ibagué en aquel entonces.

Esta historia de amor, describe a Sonia, una bella mujer rubia, de cuerpo esbelto, ojos claros y labios rojos quien además de ser la mujer más hermosa de Ibagué era la envidia de todas sus amigas y vecinas. Lamentablemente tenía un defecto…Su vanidad. Conciente de su belleza, presumía de ella, cargaba un espejo para confirmar cual hermosa era y despreciaba a los hombres que la pretendían. Se cuenta que a cada hombre, que se le aproximaba le exigía levantar la roca, para poder corresponder con su amor. Ninguno de ellos lo había logrado y no había quien fuera capaz de tal hazaña.

Por otra parte Ignacio, un hombre delgado de apariencia humilde, poeta, loco y enamorado, amaba a Sonia desde el primer día que la vio, pero su cobardía le impedía acercarse a ella.

Cada atardecer, Ignacio iba al parque de Belén, se sentaba en la banca que daba justo al frente del balcón de la casa de Sonia, para escribirle poemas de amor. Su musa, desde su balcón, miraba hacia la roca, contemplando el crepúsculo y fingiendo que percibía su presencia, pero sufriendo por no estar a su lado.

Sin embargo fue un domingo, luego de salir de la iglesia, cuando Sonia por primera vez se encontró de frente con Ignacio. Ninguno de los dos podía ocultar lo que sentía; ella se quedó sin palabras mientras él temblaba, los dos se miraban a los ojos, sus miradas penetraban sus almas, almas que de repente se fusionaron en un solo beso apasionado…Una vez terminó aquel beso, el silencio se apoderó de sus entrañas, y fue ahí cuando Sonia quiso hacer alarde de su vanidad y con un “¡esto no puede ser!” trató de destruir lo que Ignacio en segundos había construido.

- Ignacio, ¿tu me amas?
- Como nunca a nadie había amado, Sonia.
- ¿Y por mí harías cualquier cosa?
- Por ti bajaría el firmamento si es necesario.
- Entonces quiero que levantes la roca. Solo cuando la levantes seré tu amor.
- Te juro por lo más sagrado que tengo, que es el amor que siento por ti, que levantaré la roca y conquistaré tu corazón.

Ignacio se encerró en su casa durante mucho tiempo, empezó a hacer ejercicio para fortalecer su cuerpo y cambió sus hábitos alimenticios. Todos en el pueblo se habían enterado del juramento que Ignacio le hizo a Sonia y esperaban el momento en el que subiera a La Martinica y levantara la roca.

Dos años después Ignacio salió de su casa, ahora el poeta era el hombre más fuerte de Ibagué, atrás había quedado esa apariencia humilde, ahora iba en busca de un sueño. Empezó a subir la montaña y tras él todos los habitantes de Ibagué, todos menos Sonia. Ella estaba en su casa, mirándose al espejo y contemplando su figura que era su todo pero a la vez no era nada. Ignacio miró a su alrededor, la gente esperaba el acontecimiento que cambiaría la historia de Ibagué. Él suspiró, se ubicó frente a la enorme roca, la tomó con sus fuertes brazos, inclinó sus piernas y trató de levantarla, pero perdió la concentración y falló.

Desde aquel día todos se burlaban de él. Aquel hombre enamorado no perdió la esencia y decidió a prepararse haciendo un mayor esfuerzo. Tuvieron que pasar cinco años más para que Ignacio lo volviera a intentar. Esta vez era mucho más fuerte, más frío y talvez más osado. No le avisó a nadie, caminó pausadamente y se encontró de nuevo frente a la causante de su infortunio. Para su sorpresa, los habitantes de Ibagué se encontraban una vez más a su lado. Algunos regresaron porque creían en él y otros porque de nuevo querían verlo fracasar.

Esta vez se sentía más seguro de sí, más aun cuando en el horizonte divisó la silueta que se aproximaba a él y que conforme se iba acercando se hacía más hermosa. Nadie se lo esperaba, pero de un momento a otro Ignacio empezó a mostrar una poderosa ira, ímpetu de guerrero, intensa rabia que le generó una descomunal fuerza, la cual fue suficiente para desprender aquella roca de su base y lanzarla a kilómetros de distancia…

Hubo un silencio abismal. Acto seguido, Ignacio muy lentamente se dirigió a ella.

-No me digas nada…Ya se que tu no me amas. Nunca lo hiciste. Lo supe en el momento en el que como una estrella fugaz, llegaste a este lugar a observar mi fracaso. No me amas, porque el amor verdadero, no exige, no pide nada a cambio, simplemente se entrega de la misma forma como el rocío alimenta la rosa de la mañana…

Fueron sus últimas palabras. Descendió La Martinica y nadie volvió a saber noticias de él.

Cincuenta años después, se puede ver hoy, cada atardecer, en algún balcón de Belén, a una anciana llamada Sonia, quien mira hacia La Martinica para recordar al único hombre que ha amado, pero que por su vanidad, nunca pudo tener.


(Hericuento)

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