jueves, 26 de noviembre de 2009

Xtabay


Bajo la luna del antiguo Mayapan, al socaire de los asombrosos templos de los itzaes, he oído repetida esta leyenda sin que nadie le quite o le aumente a su albedrío, sin que ninguno ose deformarla y así, como joya de milagrería se conserva para deleite de quien oye o de quien lee esta historia que como muchas no se ha borrado, no se borrará jamás, porque ha quedado inscrita en los libros antiguos y en las páginas sagradas del recuerdo Maya.

Dice pues la leyenda que la mujer tabay es la mujer hermosa, inmensamente bella que suele agradar al viajero que por las noches se aventura en los caminos del Mayab. Sentada al pie de la más frondosa ceiba del bosque, lo atrae con cánticos, con frases dulces de amor, lo seduce, lo embruja y cruelmente lo destruye.

Los cuerpos destrozados de esos incautos enamorados aparecen al día siguiente con las más horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas como garras.

Muchos ladinos, gentes que desconocen el origen verdadero de la mujer Xtabay, han dicho que es hija del Ceibam que nace de sus torcidas y serpentinas raíces pero eso no es verdad, la auténtica tradición maya dice que la mujer Xtabay nace de una planta espinosa, punzadora y mala y si es que la Xtabay aparece junto a las ceibas, es porque este árbol es sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del venado y muchas veces en cobijo y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados en la protección de tan bello y útil árbol.

Vivían en un cierto pueblo de la península yucateca dos mujeres siendo el nombre de una de ellas Xkeban o mejor decir su apodo ya que Xkeban quiere decir prostituta, mujer mala o dada al amor ilícito. Decían que la Xkeban estaba enferma de amor y de pasión y que todo su afán era prodigar su cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a cuanto mancebo se lo solicitaba. Su verdadero nombre era Xtabay.

Muy cerca de la casa que ocupaba esta bellísima mujer, habitaba en otra casa bien hecha, limpia y arreglada continuamente, la consentida del pueblo que llamaban Utz-Colel, que en la traducción hispana sería mujer buena, mujer decente y limpia. Erase esta mujer la Utz-Colel, virtuosa y recta, honesta a carta cabal y jamás había cometido ningun dezlis ni el mínimo pecado amoroso.

La Xtabay tenía un corazón tan grande, como su belleza y su bondad la hacía socorrer a los humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los animales que abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la llevaba hasta poblados lejanos a donde llegaba para auxiliar al enfermo y se despojaba de las joyas que le daban sus enamorados y hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de los desheredados.

Jamás levantaba la cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad soportaba los insultos y humillaciones de las gentes.

En cambio bajo las ropas de la Ut-Colel se dibujaba la piel dañina de las serpientes, era fría, orgullosa, dura de corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía repugnancia por el pobre.

Y ocurrió que un día las gentes odiosas del pueblo no vieron salir de su casa a la Xkeban y supusieron que andaba por los pueblos ofreciendo su cuerpo y sus pasiones indignas. Se contentaron de poder descansar de su ignominiosa presencia, pero transcurrieron días y más días y de pronto por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, un perfume delicado y exquisito que lo invadía todo. Nadie se explicaba de dónde emanaba tan precioso aroma y así, buscando, fueron a dar a la casa de la Xteban a la que hallaron muerta, abandonada, sola.

Más lo extraordinario era que si la Xkeban no estaba acompañada de personas, varios animales cuidaban de su cuerpo del que brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo.

Entrada la Utz-Colel dijo que esa era una vil mentira, ya que de un cuerpo corrupto y vil como el de la Xkeban, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal cosa era como todos los vecinos, decían, debía ser cosa de los malos espíritus, del dios del mal que así continuaba provocando a los hombres.

Agregó la Utz-Colel que si de mujer tan mala y perversa escapaba en tal caso ese perfume, cuando ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más aromático y exquisito.

Más por compasión, por lástima y por su deber social, un grupo de gentes del poblado fue a enterrar a la Xkeban y cuéntase que el día siguiente, su tumba estaba cubierta de flores aromáticas y hermosas, tan tapizado estaba el túmulo que parecía como si una cascada de olorosas florecillas hasta entonces desconocidas en el Mayab, hubiera caído del cielo. La tumba de la Xkeban duró todo el tiempo florecida y olorosa.

Poco después murió la Utz-Colel y a su entierro acudió todo el pueblo que siempre había ponderado sus virtudes, su honestidad, su recogimiento y cantando y gritando que habia muerto virgen y pura, la enterraron con muchos lloros y mucha pena.

Entonces recordaron lo que había dicho en vida acerca de que al morir, su cadáver debería exhalar un perfume mucho mejor que el de la Xkeban, pero para asombro de todas las gentes que la creían buena y recta, comprobaron que a poco de enterrada comenzó a escapar de la tierra floja, todavía, un hedor insoportable, el olor nausabundo a cadáver putrefacto. Toda la gente se retiró asombrada.

En su idioma maya dicen los viejos que aún cuentan la historia con todos los detalles que debió ocurrir en la leyenda, que hoy la florecilla que naciera en la tumba de la pecadora Xkeban, es la actual flor Xtabentún que es una florecilla tan humilde y bella, que se da en forma silvestre en las cercas y caminos, entre las hojas buidas y tersas del agave. El jugo de esa florecilla embriaga muy agradablemente, como debió ser el amor embriagador y dulce de la Xkeban.

Tzacam, que es el nombre del cactus erizado de espinas y de mal olor por ambas cosas, intocable, es la flor que nació sobre la tumba de la Utz-Colel, es la florecilla si bien hermosa sin aroma alguna y a veces de olor desagradable, como era el carácter y la falsa virtud de la Utz-Colel.

Esto es lo que ha dicho el maya y lo sigue repitiendo a través del tiempo, sin cambiarlo, sin ponerle ni quitarle, como deben conservarse las cosas nuestras, intactas, con las mismas palabras con que nacieron en el mito, en la leyenda, en el alma de quienes tan dulcemente han tejido estas historias.

No es pues la Xtabay, la mujer mal que destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie de las frondosas ceibas, pero puede ser otro de esos malos espíritus que rondan por la selva al acecho del peregrino que cruza los caminos aún poblados de superstición y de leyenda.

Puede ser el ama errante de una de tantas vírgenes sacrificadas a la orilla del cenote sagrado, puede ser la vaporosa figura de una mujer que llora el engaño del amado.

Pero la Xtabay, jamás.

Esto dicen las mayas, esto han contado y seguirán contando los hombres de esa tierra en donde conservan el ritual de un relato y defienden sus costumbres de una intromisión que aniquilo su cultura.

(Mitos y Leyendas de México)

viernes, 20 de noviembre de 2009

La Mulata de Córdoba


Durante la época del Virreinato, medio siglo después que don Diego Fernández de Córdoba, Marquez de Guadalcazar decimotercer virrey de la Nueva España, por real cedula autorizó que fuera fundada allá por el año de gracia 16 a 18 sobre las fértiles tierras conocidas entonces como lomas de Huilango, la muy noble y leal villa a la que otorgó entre otros privilegios la de de llevar por nombre su regio apellido, cuenta que había en el lugar una hermosísima mujer cuya procedencía nadie conocía.

No se sabe el sitio exacto donde vivía, aunque los viejos relatos aseguran que tuvo su casa en la hacienda de la Trinidad Chica, que en aquellos años fuera propiedad de los marqueses de sierra nevada. Otras consejas cuentan que vivía en una vieja casona que tenía entrada sobre el antigüo callejón Pichocalco, rumbo al arroyo conocido como Río de San Antonio. A través de los años, su recuerdo quedó envuelto en el misterio y en la leyenda. Esta mujer llevó el romántico nombre de la Mulata de Córdoba.

Según datos, era tan hermosa que todos los hombres del lugar estaban prendados de su belleza. Mujer de sangre negra y española, pertenecia por su nacimiento a esa clase social tan despreciada durante la colonia, clase menospreciada y señalada como inferior por la ignorancia y la intransigencia de la época.

Sin embargo, dice la narración que la Mulata de córdoba era orgullosa y altiva, dotada de singular encanto, morena y esbelta, con la gracia que caracteriza a las mujeres africanas que habitaban las regiones del alto Nilo, quizá por el príncipe Yanga y la tribu Yag-Bara. De estirpe ibera, heredada por el linaje español, sus grandes ojos almendrados y llenos de misterio su piel dorada y cálida producto de dos razas que al mezclarse pudieron dar forma a una mujer bella y ajena a otro trato social, recorría a pie las calles de la villa, por cenderos y veredas buscando las cabañas de los esclavos a quienes socorría y curaba, pues era muy entendida en las artes de la medicina.

También curaba a los campesinos que la solicitaban por los rumbos de San Miguel Amatlán, el Zopilote y San José. Continuamente se le veía caminando bajo el ardiente sol del medio día y subiendo y bajando lomas, acompañada por algún enviado de las personas que solicitaban sus servicios, los que generalmente eran humildes campesinos. Pero habían algunas familias de alto rango que secretamente solicitaban sus servicios, para consultar los horóscopos. Y en esta forma con el correr de los días la fama de la bella Mulata se fue extendiendo poco a poco por el pueblo. Bajo un largo pesado chal donde ocultaba el rostro y la figura, no faltó quien adivinara al pasar, los hermosos ojos grandes y llenos de misterio, y la boca sensual y roja.

Pero en vano fue requerida de amores; las puertas de su casa permanecían siempre cerradas para los enamorados galanes y los caballeros mejor nacidos de la Villa de Córdoba que rechazados tenían que aceptar humillados su derrota.

En aquellos años de epidemias y calamidades, cuentan que valiéndose únicamente de las muchas hierbas que conocía, empezó a realizar curaciones que parecían maravillosas, a conjurar tormentas y a predecir eclipses, pronto la superstición se encargó de decir que la hermosa mulata tenía pacto con el diablo, y como la veían vestirse con finos vestidos se dió por aceptada que poseía mágicos poderes. Se contaba también que por las noches, en su casa se escuchaban extraños lamentos y que veían salir llamas de sus cerradas puertas, y cuando algunas personas la espiaban, las atacaba y después perdíase en la obscura noche sin dejar rastro. En varias ocasiones fue vista simultáneamente en distintos rumbos de la Villa, pues poseía también el don de la ubicuidad.

Todos estos consejos llegarón pronto a oídos del Tribunal de la Inquisición, muy severa en aquellos años con los individuos y en Salmitas a quienes castigaban durante con los famosos Autos de Fé, juzgándoseles como brujos o charlatanes. Aunque no se sabe si fue sorprendida practicando la magia, el caso es que los viejos relatos afirman que fue conducida al puerto de Veracruz, donde se le hizo encarcelar en el Castillo de San Juan de Ulúa para ser juzgada como hechicera.

Allí fué encerrada en una de las celdas donde pasaba las horas tras los, pesados barrotes a la vista del carcelero. Un día la hermosa joven quien a base de buenos tratos se había ganado la estimación de su guardián, le rogó amablemente que le consiguiera un pedazo de carbón. Extrañado el guardián por tan raro antojo, pero ansioso de servir a tan bella prisionera, el hombre llevó a la celda lo que aquella mujer pedía.

Dice la leyenda que la Mulata dibujó sobre las sombrías paredes, una ligera nave con blancas velas desplegadas que parecían mecerse sobre las olas. El carcelero, admirado, le preguntó que significaba aquel prodigio. Cuenta que la joven, con una encantadora sonrisa, le comentó que en ese hermoso velero iba a cruzar el mar, y dando un gracioso salto subió a cubierta diciendo adios al asombrado guardián que la vío esfumarse con la nave por una esquina del obscuro calabozo.

Al día siguiente se dieron cuenta los demás guardianes que su compañero se encontraba con las manos sobre los barrotes y que había perdido la razón; dieron parte al jefe del presidio que la jóven Mulata no se encontraba en el interior de la prisión.

Del fondo del recuerdo, a través de la bruma de los siglos, y envuelta en los ropajes de la fantasía, la romántica figura de la Mulata de Córdoba, pasó ante nosotros altiva y misteriosa, dejándose tras de sí un suave perfume de poesía y de leyenda.

"Castillo de San Juan de Úlua; último reducto de la dominación española"

(Antonio Casanova Krauss).

El Lago Titicaca


Se cuenta en las pampas cercanas de la ciudad de Chucuito, cubiertas actualmente por las aguas del lago Titicaca, donde existía una floreciente población, que en cierta ocasión llego una mujer forastera cargado en su espalda una gran tinaja o huakulla de barro con una tapa bien ajustada.

Vencida por la fatiga se alojó en una casa después de muchas suplicas. La gente del pueblo se habían olvidado de las normas de hospitalidad, pero ella aún a pesar del mal recibimiento se quedó.

Al siguiente día muy temprano quiso continuar su viaje. Había pasado una noche mala por falta de cama y alimentos, ya que la habían alojado en un rincón de la cocina y no la habían invitado a cenar.

A causa de ello no tenia fuerza para llevar la huakulla. Por esta razón suplicó a los dueños, que le permitieran dejar su tinaja allí. Ellos le permitieron hacerlo hasta su regreso. La mujer había advertido que por nada del mundo abriesen el recipiente y los dueños de la casa aceptaron la promesa que la mujer les pidió de no hacerlo.

Pero a penas la mujer se hubo alejado, empezaron a preguntarse qué extraño misterio encerraba la tinaja. No podían soportar la inquietud y con esperanzas de hallar algo muy valioso quitaron la tapa. Entonces muy consternados vieron brotar un violento chorro de agua. El agua salía interminablemente y acabó inundando toda la comarca y los habitantes de los Moradores, no tuvieron tiempo para escapar. Juntamente con el chorro de agua salieron los peces, gaviotas, flamencos, patos, patos, q’eñola, qaslachup’uquña y todas las aves y seres vivientes que en la actualidad viven en las aguas de Titicaca, que a su vez son el efecto de la ambición y la curiosidad de los habitantes de ese pueblo.

Se cuentan también que a ciertas horas de la noche y en determinados días de la semana se observa en el fondo de lago una ciudad desaparecida.

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