domingo, 1 de febrero de 2009

El Hada Mélusine


Él era rey de Escocia. Élinas era su nombre. Sobre un páramo nublado, un día conoció a un hada cuyos ojos eran de un fuego suave. El rey enamorado de ella al instante le preguntó:

-¿Quién eres?

-Me llaman Pressina.

Ella era viva y frágil, como un sol en la lluvia. El rey Élinas la cogió de la mano y le pidió ser desposado con ella.

En la noche de bodas Pressina tuvo una visión de su futuro:

-Traeré tres niñas al mundo. Prométeme que no las verás hasta su séptimo mes. Si tú descubres antes de tiempo el velo de su cuna, la desgracia caerá sobre nosotras. El rey dio su palabra y así tres hermanas gemelas nacieron. Una fue nombrada Mélior, la segunda Palatine y la tercera Mélusine.

Cuando llegó el cuarto día,Élinas no pudo contener su impaciencia por conocer a sus hijas y, olvidando la advertencia de su mujer,fue a la habitación a visitar a sus tres hijas. Pressina las bañaba desnudas en tres barreños de plata. Cuando vio entrar al rey:

-¡Adiós esposo mío!Fueron sus únicas palabras y entonces ella y las tres niñes desaparecieron. El viento abrió la ventana, Pressina tomó a las tres hermanas en una toalla roja y con ellas voló, diluyéndose en las nubes que rondaban sobre el océano próximo al palacio y se posó entre olas sobre una roca negra y azul. Allí crió a sus hijas.

No hubo un solo día que no maldijera a Élinas, ese rey sin fe ni palabra.
Mélusine, la hija menor creció en la ira contra su padre. Y así, una mañana,voló sobre el mar hasta la tierra de Escocia, hechizó en secreto al viejo rey en su castillo, ató sus pies y puños con una cuerda, lo encerró en un portón infranqueable y regresó a la isla perdida sobre un carro de nubes.

- Madre yo te he vengado- le contó a Pressina.

Y Pressina le respondió:

-¡Caiga la vergüenza sobre ti, insensata! Yo amaba a tu padre Élinas, a pesar del mal que me hizo. Yo te desprecio y te maldigo: desde el rostro a la cintura tu serás mujer para siempre, pero desde la cintura hasta el dedo gordo del pie, todos los séptimos días de cada semana tú serás una serpiente femenina. Y si te llega el amor de un hombre, tu le exigirás que en los momentos de tus misterios, él no entre en tu habitación. Y si él faltara a su palabra tú conocerás el exilio y la soledad lejos del calor de la vida.

Mélusine se fue a Poitou, a Coulombiers donde había un bosque. Entre los árboles y los matorrales, los ciervos, los lobos y los pájaros, ella sobrevivió humildemente.
Una mañana en la que se bañaba en la fuente del Cé, un caballo llegó hasta ella bajo el follaje reluciente. Raymond de Lusignan era el nombre del caballero que lo montaba. Él al descubrirla, quedó enamorado al instante. Ella se ruborizó y sonrió bajo su mirada. Y aquella misma tarde bajo los árboles quedaron prometidos. Llegó el día de sellar el compromiso de matrimonio y ella le puso una condición a su amado:

- Raymond, una vez a la semana yo me ocultaré de vos. Y no entrarás en mi habitación bajo ninguna excusa. Permanecerás lejos de mí, si no quieres perderme para siempre.

- Mélusine, yo no entraré en vuestra habitación secreta así me lo pidan el cielo o el infierno.

La felicidad perduró entre ellos diez años sin tropiezos. Para su esposo Mélusine hizo construir a su gente (gnomos, duendes y diablos buenos) el castillo de Lusignan y la torre de San Nicolás en el puerto de La Rochelle y mil casas en Santos y otras en Châtelaillon. Ella dio a luz sin dificultad a diez hijos vigorosos. Cada uno de ellos estaba marcado de aquella extraña manera. Una garra de león adornaba la mejilla del más joven, el mayor tenía un ojo rojo y otro verde como el agua, el tercero tenía un lobo tatuado en el dorso y otro en la oreja derecha parecido a la de un perro.

Un día de lluvia persistente e intensa Raymond pensó:

-Amada mía, ¿quién eres tú en verdad para haber dado a luz a estos niños sin
igual?¿Qué haces pues en secreto, el día que tu vives sin mí?¿Acaso me traicionas con otros?

Él se fue hasta su habitación, entreabrió la puerta, arriesgó y asomó la mitad de un ojo, vio en su bañera redonda a Mélusine aseándose, con la frente ceñida en un hilo de plata, con la garganta estirada y tiesa, los hombros relucientes, vio también su cintura tomada por su larga cola de serpiente enroscada en el agua transparente.
Un grito le vino a sus labios, Mélusine se estremeció, Raymond no vio nada más, no escuchó más que este lamento:

-¡Esposo mío, oh, esposo mío!Nunca volveremos a cruzar nuestras miradas... Y diciendo esto desapareció como el humo.

Nadie la volvió a ver jamás en las salas del castillo ni en el bosque de los alrededores. Ella permaneció sin embargo fiel a su esposo y a sus hijos, presente sin cesar en ellos como la voz de su alma.

Durante mucho tiempo ella volvió a llorar sobre los tejados del castillo Luisgnan, en los días difíciles de su vida.

Todo pasa, nada permanece: ni llantos, ni risas de hadas... El lecho de sus sueños está deshecho.

-"¿Dónde te fuiste Mélusine?". Es el lamento que se oye en los fríos corredizos... Dicen que el alma errante de Raymond sigue vagando por el castillo las noches de luna llena en busca de su amada...

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