Cuenta la Leyenda que una estrella se desprendió del firmamento.
En su caída arrancó de sus entrañas un lamento; un grito agónico, ahora de ayuda, ahora de nostalgia… y el cielo empezó a llorar. Las nubes lo cubrieron y sus lágrimas inundaron la Tierra que aquella estrella pisó.
Convertida en Dama y Señora, perdida en su camino, sola y abatida, se debatía sobre qué camino seguir.
Parecía aquel mundo tan desconocido y tan lejano, que se encontraba perdida y, curiosamente, recordaba verlo desde sus alturas, no hace mucho, con envidia y celo por tenerlo. “¿Y ahora qué?”, se preguntaba. “Te extraño, Orión”, “ya no me acompañas, Sirio”, pensó mirando a su cielo protector… sola… y el cielo seguía llorando…
De rodillas en el suelo, empapada por la pena divina; la cara cubierta por sus pálidas manos; los ojos húmedos por el llanto contenido, sintió una mano firme sobre su hombro.
“Ven, acompáñame”, le dijo una voz. “Resguardémonos bajo aquel frondoso roble”.
Aún a sabiendas de que aquél podía no ser un lugar seguro en aquellos momentos difíciles, encaminó sus pasos hacia el árbol: la cabeza gacha, los pasos dudosos, pero la mano apretada por la de aquel joven.
Bajo aquel roble por primera vez sus miradas se encontraron. Y lo supo: el destino, el sentido de su pasado, el por qué de su presente; los pasos hacia su futuro; y por un momento recobró aquel anhelo juvenil que parecía retenido por las aterradoras fauces de antigüas tristezas.
… y el cielo se abrió… los rayos de Sol dibujaron un paraíso de sueños, y su pelo brilló dorado, como en aquellos días en que no eran cabellos sino brazos de luz que alumbraban al mundo. Ya no brillarían sólo por todos; ya no lucirían sólo para darle paz y calor a quienes a su alrededor parecían disfrutar de la vida. Aquella energía que un día irradiaba su estrella jamás se había perdido. Siempre había estado ahí, esperando, oculta en el rincón más remoto para volver a cegar con su sonrisa esperanzada.
Difuminados por el rocío de la hierba mojada, sus siluetas comenzaron a desaparecer entre las últimas luces del día, y del roble, la estrella caída y el joven sólo quedaron la mágica historia que los lugareños se contaban de padres a hijos.
Desde entonces, esos mismos lugareños cuentan que cuando llueve sobre la Tierra, el cielo llora por otra estrella caída, pero aquel preciso lugar en que un día un roble ofreció su cobijo siempre permanecía seco.
Cuenta la leyenda que desde entonces dos estrellas brillan entre las nubes despejando el camino de la luz, siempre con sus sonrisas puestas.
(De la Web: Sobre Relatos)
Prefijos en el amor
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La culpa fue de los prefijos. Dejamos que se fueran posando en algunas
palabras de nuestro idioma, y acabaron adueñándose de lo más íntimo del
dicciona...
Hace 3 meses
1 comentarios:
Preciosos relatos, Dama. Gracias por hacer de este mundo un lugar mejor con tus blogs.
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