jueves, 14 de enero de 2010

El Faro


El terrible arrecife que se extiende a lo largo de la costa de Cohasset, en el Nuevo Mundo, acabó por adquirir una triste fama con el transcurso de los años. Sus rocas están cubiertas de algas y de fuco que podrían tomarse por cabezas de monstruos marinos flotando tranquilamente en la superficie de las aguas. Muchos restos reposan sobre las arenas traidoras del arrecife o empalidecen entre sus rocas escarpadas. Han intentdo varias veces construir un faro para advertir del peligro, pero ¿acado el hombre puede desafiar a las fuerzas de la naturaleza?,


En el otoño de 1849, las tempestades fueron de una rara violencia en la costa de Cohasset. Se contaron más de cien ahogados, sepultados por la furia de las olas. Se produjo el naufragio de un barco de inmigrantes, el desafortunado Saint John's, que se hundió cuando el puerto ya estaba a la vista. Encontraron veintisiete cadáveres, a los que se enterró en el cementerio de la aldea vecina.

Tras este terrible accidente, decidieron por fin construir un faro para advertir a los navíos del siniestro arrecife.

No era una tarea sencilla: todo el que, en su día de temporal durante el invierno, haya caminado por la orilla de los acantilados que bordean los arrecifes, conoce la furia de las aguas y la fuerza de las olas. construir un faro en ese lugar era una locura y todos lo sabían. Pero era la única forma de evitar que el océano siguiera llevándose tantas vidas. Así que, en el verano de 1850, el gobierno envió a un ingeniero para que comenzara los trabajos. En Cohasset no faltaban los comentarios:

-Construir un faro en ese lugar, ¡que locura! - suspiraban unos-. La muerte se ha instalado allí ¡es un lugar de duelo! ¡No hay nada que hacer! ¡El mar barrerá todo!.

- Al contrario -decían otros-. ¡La empresa es temeraria! ¿Seremos los pioneros! Hay que desafiar a la naturaleza. ¡Vencer al mar!.

Y eso fue lo que hicieron. Contra la opinión de muchas personas, decidieron levantar una construcción ligera y alta. Pensaban que contra las tempestades no había nada mejor que los materiales ligeros. Allí, en América, conocían la fábula del junco y la encina.

-Se plegará, pero no se romperá -afirmaba el jefe de las obras.

Anclaron profundamente los cuatro pilares en los fondos marinos y colocaron la lámpara y su cubierta a más de diez metros de altura. El faro parecía un extraño zuncado.

Durante varias semanas, el mar avanzó a sus pies, rompiendo las olas sobre él, como para impresionarlo, para resistir. Empezaron a murmurar que el hombre había vencido al mar. Por la noche, la luz de la lámpara brillaba como el primer fuego del mundo.

El ingeniero, que se había quedado en la zona para comprobar el funcionamiento del faro, hinchaba el pecho orgulloso.

-¿Acaso no tenía yo razón al desafiar a las tormentas? ¿Qué pueden las olas contra la ciencia, amigos?

Y, moviendo la cabeza, seguro de sí mismo;

-Creedme, el Hombre fue creado para dominar al mundo.

Todos le creyeron. hasta el 14 de abril de 1851, cuando se desató un tremendo temporal. Ningún marinero recordaba tal violencia en las aguas. Como invadido por la rabia, el océano escupía su espuma sobre los acantilados, socavando la costa con sus olas monstruosas y arrojándose sobre el faro con una fuerza inaudita.

El faro se balanceaba produciendo unos crujidos terribles. No era el primer vendaval al que tenía que enfrentarse. Muchas borrascas habían soplado ya sobre él, muchas olas habían intentado trochar sus cuatro pilares. Todo había sido en vano, hasta entonces.

Pero aquella ves la tempestad duró dos días. Dos días enteros durante los cuales el viento, ráfaga tras ráfaga, y el océano, ola tras ola, se encarnizaron con el faro. El cielo se oscureció de tal forma, que el faro desapareció entre la bruma y la espuma burbujeante.

-Resistirá - afirmo el ingeniero.

La furia se calmó el tercer día. Unos paseantes descubrieron trozos de madera y chatarra en la playa devastada. Corrieron al acantilado que daba al mar.
Todo estaba tranquilo. soplaba una brisa ligera y el agua estaba en calma.

Pero del extraño zuncado plantado en el mar no quedaba nada. El océano ´lo había destruido y se lo había tragado como si fuera una mala verruga.

El faro había sido simplemente un huésped del paso. Un huésped indeseable que el agua barrió como un montón de paja.

(De la red)

1 comentarios:

Paquita Pedros dijo...

Hola cielo un bello escrito
un beso

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