La vida de Yeh-Shen era tan triste que sólo tenía un amigo: un precioso pez de grandes ojos dorados. Vivía en el río, y cada vez que veía acercarse a la joven, se asomaba fuera del agua para saludarla. Incluso saltaba a la orilla para estar más cerca de ella. Pero esta relación duró poco. La malvada madrastra se enteró y ella misma capturó al pobre pez, sirviéndolo luego para cenar. Con un tremendo disgusto, Yeh-Shen corrió a la orilla del río y allí, acurrucada en el suelo, comenzó a llorar.
De pronto, oyó una voz a su espalda. Al girar la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas vieron a un extraño anciano, vestido como un pordiosero y con una larga melena que le caía sobre los hombros. Este le dijo: “Preciosa niña, las espinas de tu amado amigo el pez poseen una poderosa magia. Cada vez que te veas en apuros, sólo tendrás que arrodillarte ante ellas y pedirle ayuda. Pero ten cuidado: no debes malgastar tus deseos.”
Rápidamente, la joven rescató las espinas de la basura y las guardó. El tiempo pasaba y se acercaba el Festival de Primavera, una celebración que los jóvenes del lugar aprovechaban para encontrar su pareja. Yeh-Shen soñaba con asistir. Pero su madrastra quería casar antes a su propia hija y no podía permitir que la presencia de la huérfana le levantara sus posibles pretendientes y lo estropeara todo. Así que no le permitió ir.
Así que, una vez que madre e hija partieron al pueblo, Yeh-Shen pidió a las mágicas espinas un deseo…
La Fiesta de Primavera se celebraba cuando apareció una bellísima joven cubierta con lujosos vestidos. Calzaban sus diminutos pies unos zapatos de oro con pequeños peces tallados en piedras preciosas. Era Yeh-Shen. Una multitud se agolpó a su alrededor para contemplarla, entre ella sus malvadas parientes. Temerosa de ser reconocida, la joven no tuvo más remedio que huir de la fiesta, dejando atrás, olvidado, uno de sus zapatos.
Al llegar a casa, sus magníficos ropajes desaparecieron. Intentó volver a pedir otro deseo a las espinas, pero no ocurrió nada. Desconsolada, volvió a guardar los restos de su amigo el pez. Lo único que le quedaba de aquella mágica noche era un precioso zapato dorado. Poco después, un mercader encontró el zapato perdido y, viendo el valor que tenía, se lo vendió a un colega, el cual, a su vez, decidió llevarlo como regalo al rey T´o Han, monarca de una isla cercana.
El rey ansiaba averiguar el paradero del otro par. Pero, sobre todo, saber quién era el verdadero propietario de aquel maravilloso zapato. Por eso decidió montar una especie de pabellón en el lugar donde lo habían encontrado, para que la población del lugar lo viera y lo reconociera.
Cuando Yeh-Shen se enteró, decidió que tenía que recuperar lo que era suyo. Así que, una noche, salió a escondidas y entró en el pabellón. Pero fue descubierta por los soldados del rey y llevada ante su presencia. El rey no podía creer lo que decía la joven. Su aspecto desaliñado y sucio no correspondía con la imagen del dueño de un calzado como aquel. Pero Yeh-Shen insistió en su historia, y añadió que tenía en su poder el otro par. Los soldados fueron a su casa para comprobar su versión y allí estaba el otro zapato.
Cuando la joven se puso los dos delante del Rey, y así demostrar que eran realmente suyos, sus miserables ropas se transformaron en un magnífico vestido. Al verla, el monarca quedó prendado y acabó casándose con ella.
En cuando a la madrastra y su hija, el rey ordenó que vivieran en una cueva, y que no salieran de ella jamás. Cierto día la cueva se derrumbó y las dejó enterradas para siempre.
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