Los hombres le suplicaron durante mucho tiempo, pues el fuego les era necesario para vivir, más nada convencía al gigantesco Kondole que gozaba de la protección de los dioses y no temía a los insignificantes humanos.
Encolerizados por el egoísmo del gigante, urdieron toda clase de estratagemas para sorprenderle y arrebatarle lo que tanto deseaban pero el tiempo pasaba y todas sus acciones habían fracasado. Aún quisieron intentar una última cosa. Mandaron un mensajero a Kondole invitándole a una gran fiesta en honor de sus divinidades y dado que pensaban celebrarla por la noche, le rogaban que trajera un poco de su fuego para iluminarse.
Kondole aceptó, pero cuando llegó el día señalado, escondió el fuego en una gruta de la montaña y llegó a la fiesta sin él.
Locos de furia, los hombres atacaron al gigante pero era tal la fortaleza de éste que ningún golpe parecía alcanzarle. Finalmente, una lanza acertó a dar en el centro de la cabeza de Kondole y le abrió una enorme herida que le hizo gritar de dolor. Unos pocos pasos vacilantes lo acercaron peligrosamente al borde del profundo acantilado y cayó al vacío. Abajo, el mar rugía y se estrellaba contra las puntiagudas rocas. Kondole supo que iba a morir y suplicó ayuda a los dioses.
Al instante, todos los hombres se convirtieron en animales. Allí aparecieron los canguros, los lagartos y muchas clases de criaturas terrestres. Otros, convertidos en pájaros poblaron el aire y otros llenaron el mar de peces. Kondole, el más grande de todos los que habían sido humanos, se convirtió en una gran ballena que lanzaba constantemente chorros de agua por la herida de su cabeza.
Hay quien dice que lo que pretende es apagar el fuego que dejó escondido en la montaña pero quizá no sea cierto y solo intente limpiar su herida.
1 comentarios:
Muy bonita historia me gusto
un beso
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