sábado, 21 de marzo de 2009

El Fantasma de la Luna Llena

Lleva miles de años así…
Cada luna llena él aparece portando esa máscara completamente blanca. Sus ropas son antiguas y desgastadas, su piel pálida como el mármol y su cuerpo pequeño como el de un niño. Camina sobre el lago, lo cruza hasta cierto punto donde se pone de rodillas y comienza a llorar desesperadamente. -“¡Lo siento!”- grita una y otra vez con un llanto que desgarra el alma y un pesar tan nostálgico que casi provoca ternura…

Así como todos en este mundo también tengo una historia…
Fue en un reino antiguo, cuando las espadas regían el mundo y los castillos se erguían como símbolo de poderío y fuerza. Nuestro rey, un gran hombre. Defendía el pueblo de cuanta invasión se le presentaba, tantas luchas y tantas victorias que era considerado descendiente del propio Fergus. Fue en una campaña por las elevadas tierras de mi patria; cuando algunos ingleses decidieron invadir nuestro reino que una vez más aquel hombre partió a la guerra.

Como siempre una gran batalla seguida de una honorable victoria. Aunque en esta ocasión su rostro quedó demacrado… al ser quemado; nadie sabe como pasó ni por qué. Solo se encontró a nuestro rey tirado a medio campo de batalla cubriéndose el rostro como si esto aliviara su dolor.

La locura pronto tocó las puertas del reino y nuestro rey acomplejado por su rostro, retiraba cada espejo a su paso y asesinaba a quienes se quedaran observándolo durante más de un par de minutos. Tantas muertes hubo y rumores corridos, que al fin cuando la cordura le abandonó por completo decidió usar una mascara… como si fuese un muñeco; una máscara de porcelana que cubría su rostro y no daba cabida a imperfecciones. El decreto recorrió todo el reino; todos los habitantes debíamos usar una mascara similar. Quedó estrictamente prohibido quitarse la máscara ante cualquier circunstancia.

El reino era un desfile de muñecos andantes, gente sin alma cuya identidad había sido robada, arrancada. Como todos ellos, yo usaba una máscara blanca, de labios rojos y con unas casi imperceptibles mejillas rosadas.

Durante algunos años así fue, la máscara era mi compañera y casi mi amiga. Todos en el reino ahora estábamos acostumbrados a las tétricas identidades impuestas por nuestro rey.

En una ocasión conocí a un par de niños, ambos de mi edad quienes vivían al otro lado de la iglesia. La amistad surgió como si fuese una semilla de trigo en los cálidos días de verano. Nos divertíamos, hablábamos, jugábamos, cantábamos y bailábamos siempre con nuestras respectivas máscaras… parecíamos hermanos decían todos los del pueblo.

Una de todas estas noches cuando yo rozaba mis 12 años decidimos que ya teníamos edad suficiente, que no necesitábamos a nuestros padres para hacer ciertas cosas por lo que salíamos sin avisar o pedir permiso así como robamos en repetidas ocasiones y demás actos que aunque eran impropios eran simples travesuras de chiquillos. Pronto entre todas estas actividades nos preguntamos un día como lucirían nuestros rostros; como era nuestra nariz o el color de nuestra piel… durante semanas estas ideas rondaron nuestras mentes distrayéndonos de todas nuestras actividades.

La respuesta no estaba lejos… bastaba con quitarnos las máscaras para saber quienes éramos. Pero no era tan sencillo, pues los alguaciles asesinaban a cualquiera que vieran sin máscara… por lo que decidimos hacerlo una noche en el lago que quedaba en las afueras de nuestra ciudad. A la luz de la luna llena nos quitaríamos nuestras mascaras y averiguaríamos quienes éramos.

Por fin llego la esperada noche… tomé mis ropas que, aunque estaban desgastadas, me parecían súmamente cómodas y partí camino hacia el lago. Allí encontré a mis dos compañeros de toda la vida, quienes no me abandonaban ante ninguna circunstancia ni me dejaban solo cuando les necesitaba.

Tras unas horas de charla y bromas decidimos que era el momento… inclusive nos pusimos a imaginarnos como era nuestro rostro…

Yo fui el primero que se la quitó y vi mi rostro por primera vez reflejado en las aguas de la laguna; tenía una cara blanca con algunas arrugas, imagino que por la falta de sol… mi nariz era respingona y mis ojos ligeramente saltones, los pómulos de mi rostro no sobresalían, mi piel era blanca y pálida con unas pecas casi imperceptibles, un par de labios finos y rosados complementaban mi verdadera cara.

El segundo y el tercero hicieron lo mismo, presentando rostros similares uno con la nariz más grande y el otro con una cara mas delgada, casi tétrica.

La emoción se hizo incontenible, jugábamos y brincábamos a la orilla del lago. Hasta que entre ellos se empezaron a empujar cayendo ambos al lago…Pues ya estando ambos en el agua decidieron nadar durante un rato. Yo decidí observarlos desde la orilla pues nunca aprendí a nadar…

Algunos minutos estuvieron intentando animarme, prometiendo que ellos me enseñarían y que nada malo pasaría. Al notar que yo no me disponía a entrar, ambos salieron y se colocaron tras de mí. Después de algunos instantes de forcejeo que parecieron eternos… aún recuerdo los alaridos y la manera en que mis esfuerzos resultaban inútiles, el fango en mis pies así como el momento en que la gravedad comenzó a tragarme y el agua fría que comenzó a inundar mi cuerpo como un gélido espíritu acompañado de un pánico incontrolable. Tras un par de segundos ya me hallaba sumergido y cuando se dispusieron a devolverme a la superficie noté que una cuerda o lo que fuese… algo en el fondo del lago, se había enredado con mi pierna durante el forcejeo. Estaba a solo unos palmos de la superficie; tan cerca pero tan lejos…

Pronto el pánico se hizo general. Comencé a moverme desesperadamente como si con eso pudiera desenredarme, aun tenia mi mascara en la mano y la desesperante impotencia en la otra. Mi fuerza comenzó a agotarse y mi vista se nublo por completo. Sentí como el agua penetraba por mis oídos así como mi nariz hasta mis pulmones. Una última bocanada de aire surgió de mi boca indicándome que era el final.

Pronto dejé de sentir aquellos brazos que me sujetaban tan firmemente y durante mis últimos instantes de vida escuché como mis amigos salían del lago y me abandonaban a mi suerte.

Aún sigo arrepentido por haberme quitado la máscara aquel día. Aún sigo presentándome a ese sitio cada noche de luna llena… Cada noche busco a aquellos que me abandonaron. Porto mi mascara y mis ropas desgastadas. Cruzo el lago, la sensación de arrepentimiento me acompaña durante todo el trayecto. Aumenta conforme intento cruzar ese lago, se hace cada vez más insoportable. Finalmente hasta el lugar donde caí, no lo soporto y permito que el llanto se apodere amargamente de mí.

Ya es tarde para mí; ahora estoy muerto, pero a pesar de conocer mi destino sigo esperando, quien me rescate, quien salve mi alma de este castigo eterno. Por desgracia no será así, por siempre apareceré tras un grito de desesperación que retumba en el cercano bosque, creando una presencia tal, que me provoca terror aun sabiendo que es mi reflejo en el agua…

(Franko. De Webrelatos)

jueves, 12 de marzo de 2009

El río niño


Se dice que el río Kawa nace en lo alto de las montañas, bajo el manto protector de las nieves perpetuas. Durante su más tierna infancia es de un frío gélido, pero también es puro y cristalino. Es un niño travieso y juguetón que corre entre las piedras, salpica, ríe y alborota... despertando las sonrisas de los pocos afortunados que aciertan a verle. Rebosante de vida y energía, está dispuesto a arrollar a todo obstáculo que se interponga en su camino. Sin embargo, pronto el terreno se hace menos escarpado, anunciando el fin de su niñez. Durante su adolescencia discurre por los bosques milenarios que se extienden al pie de las montañas que le vieron nacer. Allí trota bajo la sombra espesa de los árboles, habla con las hadas y se enamora de la más hermosa de ellas. Le promete que estarán siempre juntos, pero su destino es seguir corriendo eternamente hacia delante, hacia el fin de los bosques que aprisionan a los seres mágicos. Se dice que ella le acompaña durante largos kilómetros, pero que se detiene en seco allá donde acaban los árboles y empiezan las enormes praderas de pastos jugosos. Le ve alejarse con lágrimas en los ojos. En las noches de verano, cuando brilla la luna llena en lo alto del cielo estrellado, aún se la puede oir lamentándose por la pérdida de su amado. El río jura no olvidarla, pero pronto rompe su promesa, inmerso en la exploración de nuevos mundos, sediento de nuevas sensaciones. En su madurez transcurre más tranquilo entre campos de cultivo donde conoce al hombre. Éste le moldea a su antojo: le aprisiona en embalses, cambia su curso donde le place, le canaliza, le roba los peces... El río observa en silencio, impotente, pero sigue adelante porque está en su naturaleza. Se dice que una noche de luna llena cree oir a su hada llorándole en la distancia y al estirar un brazo para tratar de alcanzarla, se origina su único afluente, fruto de aquella relación imposible. El río ve cómo su hijo se aleja veloz sin mirar atrás, con el mismo espíritu aventurero del que había gozado el propio Kawa en su juventud. El padre, angustiado por perderle tan pronto, forma grandes meandros para ralentizar su curso y retrasar sólo un poco lo inevitable: su hijo acaba desapareciendo tras una colina y no le verá nunca más. Los agricultores y ganaderos pronto dejan paso a las fábricas, que vierten todo tipo de residuos sobre el río. Sigue avanzando, como alma en pena, con sus pensamientos emponzoñados. Es grande, pero viejo y más lento. No queda nada en él que recuerde a aquel niño travieso de las montañas. Ahora es gris y maloliente, de modo que incluso los humanos le dan la espalda. Ya no le ve ningún sentido a esa carrera que parecía la razón de su vida y lamenta haber abandonado a su amada, a la que recuerda vágamente. Finalmente muere desembocando en la mar salada, que se traga sus recuerdos, su basura, su rabia. Sin embargo, nunca muere del todo. Porque cada segundo vuelve a nacer ese niño de las montañas, que se precipita cuesta abajo hasta llegar al bosque milenario. Cada segundo vuelve a la adolescencia para enamorarse y cometer los mismos errores. Se ha enamorado una y mil veces de todas las hadas del bosque que le lloran en las noches de luna llena. Siempre acaba muriendo en el mar, que arrastra lo poco que queda de él hasta una playa lejana, donde esboza una última sonrisa al tiempo que besa la orilla creyendo que es una de sus hadas.

(De la web: Desde dentro hacia fuera)

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