miércoles, 19 de diciembre de 2012

El Beso de la Luna


Los ancianos de Perú, descendientes de los mismos Incas, cuentan que hace mucho, mucho tiempo, más del que se pueda recordar, las estrellas vivían de día, mas no de noche.

Dicen que el día era aún más claro de lo que es hoy, y la noche, era tan oscuro y tan vacía, que si intentabas buscar a alguien en la oscuridad, jamás encontrabas a esa persona.
Las estrellas, todas ellas, jugaban y cantaban alrededor del sol, el Sol, muy orgulloso de sus compañeras se enaltecía entre todos los demás astros del cielo, porque ninguno de ellos tenía lo que el poseía, estar ahí arriba, tan solo, por bastante tiempo, era algo muy triste. Existían estrellas que eran casi tan, tan grandes como el mismo Sol, y habían otras tan, tan pequeñitas como el polvo estelar. Todo el día, las estrellas cantaban y jugaban entre sí.
Pero llegada la noche, las estrellas se escondían, ya que el sol les contó que durante la noche, una extraña criatura sale del vacío, es tan, tan fea, que hasta tiene miedo de ella misma, y si alguien le mira a los ojos, lo más probable es que nunca más volverá a ver la luz de un nuevo día.
Entre todas las estrellas del cielo, había una estrella que parecía no ser tan normal, como lo eran las demás estrellas, esta estrella, no tenia habilidad para hacer mejor lo que hacían las estrellas, que era cantar. Si las estrellas llenaban el cielo de alegría, esta estrella cuando cantaba, hacía que todos las demás estrellas, se sintieran tristes y muy infelices, su canto hacia que las demás estrellas ya no quisiesen cantar.
El sol muy molesto, le prohibió volver a cantar a esta estrella, las demás estrellas trataron de animarle, pero nunca lo consiguieron y esta estrella, cada vez se fue apartando y apartando de todos los demás. Y pronto ellas terminaron olvidándolo, así como se olvida un mal recuerdo.
-¡Estoy tan solo! En este lugar nadie me quiere, así que lo mejor será que me vaya, muy lejos – se dijo un día la estrella.
La estrella esperó que cayera la noche, y sin mirar hacia atrás, partió rumbo al olvido. Se adentró en lo más profundo del cielo, y entre más y más avanzaba, el camino se hacía más y más oscuro.
-Tengo miedo, en este lugar, todo es oscuridad, no logro ver nada- Se decía la estrella.
En este mundo de vacío y soledad, encontró un pequeño rayo de luz, el cual rompía la nada, así que la estrella decidió buscar aquello que iluminaba tanto la noche. Entre más y más se acercaba, empezó a escuchar sonidos tan extraños y atemorizantes, que terminaron atemorizándole.
Y cuando al fin llego, vio algo que nunca en su vida había visto. Era lo más hermoso que había visto en su vida, este ser tan hermoso no podía ser el miedo y caos que el Sol tanto les había contado… Pero este ser, estaba llorando… La estrella se acercó a ella, y le preguntó
- ¿Por qué lloras?
Y ella con mucha sorpresa le respondió
– Porque en este lugar tan vacío estoy muy sola.
La estrella, sabía más que nadie que era estar solo en el mundo, y también sabía lo que era ser olvidado. El sabia, que era llegar a casa y no encontrar a nadie para que te reciba. Así que sintió mucha pena por ella. Y con una sonrisa en el rostro le dijo:
-Si quieres yo me puedo quedar contigo…
Y ella muy sorprendida, le dijo que si, con una enorme sonrisa…
-¿Cómo te llamas? – le pregunto la estrella.
Y ella con una enorme sonrisa le respondió
– Lu… Luna…
-Bueno Lu… Luna… es un gusto, los dos se miraron y empezaron a reír…
Esta era la primera vez que ambos sonreían. Yo soy sólo una estrella, nosotros no tenemos nombres, así que puedes llamarme estrella. Al caer la noche la estrella volvió a casa, y durante todas las noches se iba a jugar con la Luna, y en el día, solo dormía. Todas las noches la estrella cantaba para Luna.
-Gracias por estar conmigo a mi lado, muy nervioso, camino contigo, aunque sean incómodas mis palabras, que digo frente a ti, espero que siempre seas feliz. Todos los días oro, para que tus sueños se cumplan, y el cielo te bendiga. Lo siento, porque conociste a alguien como yo, sé que es triste, porque nunca aprendo y sigo y sigo fallándote, pero aun así, yo sigo amándote. A pesar de todo voy a estar a tu lado hasta la eternidad, incluso si es difícil voy protegerte. Ruego que nunca me separen de tu mano.
Porque el amor, puede ser tan extremo y desgastante. Incluso puede hacernos llorar, pero quiero pintar mis sueños con tu felicidad. Aunque soy malo, aunque soy imperfecto, aunque fallo en todos los sentidos, sólo tú puedes creer en mí. Sólo tú puedes perdonar a mi corazón, yo, sinceramente te quiero a ti, y juro guardar cada recuerdo tuyo, incluso los días en que lloramos… Gracias por estar siempre a mi lado…
La Luna, aplaudía y suspiraba desde su asiento, jamás había sido tan feliz. Quizás era, algo torpe y tonto, pero esto era amor. Pero, no todas las historias de amor tienen un final feliz, ya que, cuando crees alcanzar lo máximo de la felicidad, cuando estás en lo mejor de tu vida, llega el destino y te arrebata todo lo que has amado.
El Sol empezó a sospechar que algo extraño pasaba, ya que aquella estrella tan infeliz, ahora siempre andaba sonriendo. Así que una noche, apagó su luz y decidió seguirle en silencio, la sorpresa que tuvo cuando lo vio con la Luna fue enorme. Y pensaba dentro de sí, que si las demás estrellas sabían la verdad sobre la Luna, quizás muy pronto terminen dejándolo solo, en su angustia, urdió un plan para acabar con su preocupación.
Muy pronto el se dio cuenta, que aquella estrella, quizás sentiría algo muy especial por la Luna, así que se le acercó y le preguntó un día:
-Amigo, te veo preocupado, como si algo no andada bien, ¿Qué será? – pregunto el Sol con una sonrisa.
Y la estrella le dijo
– Hace poco conocí a alguien, y no sé porque, pero no dejo de pensar en ella. Y solo cuando sonríe soy feliz.
El Sol, poniendo su mano sobre el hombre de la estrella dijo
– Lo que pasa es que estas enamorado.
Fue ahí cuando la estrella se dio cuenta, de sus verdaderos sentimientos
–Pero quizás, éste sea un amor no correspondido, dijo entre suspiros.
-Debes decírselo, yo conozco algo que haría que cuando te declares, ella no te rechace – dijo el Sol. En la tierra existe unas joyas muy preciosas, los hombres las llaman flores, los humanos dicen que si se las entregas a tu amada, ella no rechazara tu amor…
La estrella se levantó muy rápido y con una sonrisa agradeció al Sol, y bajó lo más rápido que podía a la tierra. Pensando en todo lo que pasaría cuando le entregue estas flores a su amada. Pero había algo que la estrella no sabía, no sabía, que si una estrella baja del cielo, jamás vuelve a subir.
En muy poco tiempo llego a la tierra y recogió cuantas flores pudo cargar, pero cuando trató de volar, se dio cuenta que no podía, así que, pensó que era por el peso extra que llevaba, dejo poco a poco las flores, hasta que al final sólo se quedo con una sola, pero por más que lo intentó, no pudo volar.
La idea de no volver a su amada, rompieron su corazón. Pobre estrella, había sido engañada y ni cuenta se había dado, nunca mas volvería a ver la sonrisa de la Luna, y menos volver a escuchar su voz llamándole. Pasaron los días, y la Luna muy preocupada lo buscaba sin éxito, las estrellas al sentir la ausencia de su hermano, también se organizaron y empezaron la búsqueda, lo buscaron por días y días, pero jamás dieron con él.
Todos pensaron, que su hermano se había extinguido, y que quizás su vida ya había acabado… Hasta que un día, una estrella pasó cerca a la tierra, y creyó escuchar la canción de su hermano, aquella canción tan triste y solitaria, que con solo oírla te rompía el corazón. Bajó lo mas que pudo, y pronto vio a su hermano llorando entre las flores.
-Te encontré, ¿Qué haces aquí? , todos te están buscando – le dijo la estrella muy emocionada a su hermano.
Y él le dijo
– El Sol me ha engañado, me dijo que bajara a la tierra, y le contó todo sobre la Luna y sobre él.
Su hermano muy triste, escuchó todo esto.
-Yo nunca más volveré a volar con ustedes, para mí este es el fin, y pronto mi luz se extinguirá. Pero, ella aun puede ser feliz, dile a la Luna, que estoy bien, que quiero que ella sea feliz, muy, muy feliz, después de todo se lo merece. Por favor no la dejen sola, ella siempre ha estado sola… -Sólo si ella es feliz, yo seré feliz…
Y entonces, la estrella voló por el cielo, buscó a sus demás hermanos y hermanas, y les contó la pena de su hermano perdido, todas escucharon con atención, y lloraron por el destino que le había tocado, y tomaron una decisión.
En ese momento la Luna, estaba desesperada, no sabía qué hacer, ella sabía que la estrella no era capaz de abandonarle, lo único que pudo hacer fue llorar, no importaba que tanto le llamaba el jamás respondía, no importa donde lo busque jamás lo encontraba.
Entonces notó que poco a poco, pequeños destellos de luces la rodeaban, eran las estrellas quienes se habían puesto a su alrededor, todas y cada una de ellas estaban ahí, muy pronto la Luna, pudo ver a la tierra, y divisó en un bosque de flores, a su amado, a aquel ser que le hacía estar completa. A pesar de que nunca mas volvería a tocarlo, al menos podría verlo, todas las estrellas abandonaron al Sol, por su accionar tan ruin, y decidieron quedarse con la Luna, cumpliendo el deseo de su hermano.
La Luna al fin lo veía de nuevo… Y lo único que pudo hacer, fue cantar para aquella persona que le enseñó a ser feliz, la voz de la Luna era muy dulce, hacia que el mar abrazara la tierra, que todos los seres vivientes de aquel planeta cantaran con ella, esta canción era dedicada a su amado.
-Estas lejos, en un lugar inalcanzable, nunca te dije que te amaba, o que te esperaría toda la vida, jamás imagine, volver a verte, encontrarte a ti… Sólo una vez más, confieso que estoy enamorada de ti, quiero amarte por siempre… Tener por siempre…
La estrella estaba muy agradecido con sus hermanos y hermanas, porque le ayudaron a encontrar su felicidad, aquello que un día había perdido, nunca podría abrazar a su amada, pero al menos podía dedicarle su vida entera a ella, así que todas las noches le cantaba a ella y su amor, pero sus canciones ya no lastimaban, sino que daban alegría a los corazones lastimados y otras traían recuerdos del pasado, de un pasado añorado, pasó mucho, mucho tiempo, y aquella estrella con el tiempo, se convirtió en un espíritu que corría por toda la tierra, y cada noche de Luna llena estaba así de cerca de su amada, cantándole.
-De pronto, cuando seguía tu sombra, aparecí en lo profundo de la oscuridad, tu mano junto a la mía por siempre, tú y yo por siempre juntos.
-Eres la única para mi, a quien sólo deseo hacer feliz, eres tú, la única que vive dentro de mí, iluminas mis noches oscuras, conviertes mis tristezas en alegrías, secas mis lagrimas tan tiernamente.
-Eres tú mi gran amor, pero, sin embargo, no he sido capaz de darte un simple beso, no he sido capaz de sujetar tu mano, y menos darte todo lo que deseabas de este mundo. ¿Podrás perdonarme algún día? -Desde que me conociste, sólo te he hecho llorar. Tu hermoso rostro se tornaba en tristeza, y yo, no pude hacer nada, me hubiese gustado dibujarte una sonrisa.
-Eres tu… la única para mi, y a pesar de todo, aun no he podido decirte… te amo… -En tu cumpleaños, no pude darte ni un ramo de flores, esas que tanto quería que conocieras, perdón, lo siento… He vivido una vida difícil, quería escapar de todo, pero tus tibias lagrimas aun pesan dentro de mí. Eres tú… la única que vive dentro de mi corazón, eres tú, la que se convirtió en cada latido de este corazón…
-Eres tu…… la única para mi, y al fin puedo decirte, te amo…
 
(Elvis Eberth Huanca Machaca)

La Xtaba

Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban los vecinos la XKEBAN, que es como decir la pecadora, y a la otra la llamaba la UTZ-COLEL, que es como decir mujer buena.
La XKEBAN era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de amor. Por esto, las gentes honradas del lugar la despreciaban y huían de ella como de cosa hedionda. En más de un ocasión se había pretendido lanzarla del pueblo, aunque al fin de cuentas prefirieron tenerla a mano para despreciarla.
La UTZ-COLEL, era virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había cometido un desliz de amor y gozaba del aprecio de todo el vecindario. No ostante sus pecados, la XKEBAN era muy compasiva y socorría a los mendigos que llegaban a ella en demanda de auxilio, curaba a los enfermos abandonados, amparaba a los animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente la injurias de la gente.
Aunque virtuosa de cuerpo, la UTZ-COLEL era rígida y dura de carácter: Desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella y no curaba a los enfermos por repugnancia. Recta era su vida como un palo enhiesto, pero sufrió su corazón como la piel de la serpiente. Un día ocurrió que los vecinos no vieron salir de su casa a la XKEBAN, pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro.
Pensaron que la XKEBAN había muerto abandonada; solamente sus animales cuidaban su cadáver, lamiéndole las manos y ahuyentándole las moscas. El perfume que aromaba a todo el pueblo se desprendía de su cuerpo. Cuando la noticia llegó a oídos de la UTZ-COLEL, ésta rió despectivamente. Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume alguno- exclamó. Más bien hederá a carne podrida.
Pero era mujer curiosa y quiso convencerse por sí misma. Fue al lugar, y al sentir el perfumado aroma dijo, con sorna: Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres, y añadió: Si el cadáver de esta mujer mala huele tan aromáticamente, mi cadáver olerá mejor. Al entierro de la XKEBAN solo fueron los humildes a quienes había socorrido, los enfermos a los que había curado; pero por donde cruzó el cortejo se fue dilatando el perfume, y al día siguiente la tumba amaneció cubierta de flores silvestres.
Poco tiempo después falleció la UTZ-COLEL, había muerto virgen y seguramente el cielo se abriría inmediatamente para su alma. Pero ¡Oh sorpresa! contra lo que ella misma y todos habían esperado, su cadáver empezó a desprender un hedor insoportable, como de carne podrida.
El vecindario lo atribuyó a malas artes del demonio y acudió en gran número a su entierro llevando ramos de flores para adornar su tumba: Flores que al amanecer desaparecieron por “malas artes de demonio”, volvieron a decir. Siguió pasando el tiempo, y es sabido que después de muerta la XKEBAN se convirtió en una florecilla dulce, sencilla, olorosa llamada XTABENTUN. El jugo de esa florecilla embriaga dulcemente tal como embriagó en vida el amor de la XKEBAN.
En cambio, la UTZ-COLEL se convirtió después de muerta en la flor de TZACAM, que es un cactus erizado de espinas del que brota una flor, hermosa pero sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla es fácil punzarse. Convertida la falsa mujer en la flor del TZACAM se dio a reflexionar, envidiosa, en el extremo caso de la XKEBAN, hasta llegar a la conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le ocurrió todo lo bueno que le ocurrió después de muerta.
Y entonces pensó en imitarla entregándose también al amor. Sin caer en la cuenta de que si las cosas habían sucedido así, fue por la bondad del corazón de la XKEBAN, quien se entregaba al amor por un impulso generoso natural. Llamando en su ayuda a los malos espíritus, la UTZ-COLEL consiguió la gracia de regresar al mundo cada vez que lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su corazón no le permitía otro.
Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer XTABAY la que surge del TZACAM, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar a un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un amor infernal.
 
(Mario Diaz Triay)

La Dama de la Luna

 
No cabe duda de que uno de los astros más hermosos es la Luna. Es tan grande y plateada que cualquiera podría perderse en su mirada.
Muchas historias, mitos y fábulas hablan de ella; pero yo hoy te voy a contar la más increíble de todas ellas. Cuenta la leyenda que en la Luna vivía una bella dama de piel clara y largos cabellos color plata.
Era tan hermosa que incluso algunas estrellas estaban celosas. La dama de la Luna tenía un gran don: poseía una preciosa voz. Con su voz calmaba los celos de las estrellas y también protegía a cuantos seres habitaban aquel pequeño planeta azulado, el cual flotaba en la inmensa oscuridad ignorando que allá, en lo más alto, los observaba fascinada la linda dama de la Luna.
Durante milenios la dama de la Luna fue muy feliz cantando para las estrellas y observando como el universo danzaba a su propio son, esparciendo así la magia de la vida a todos aquellos mundos lejanos con los que los hombres del planeta azulado solo podían soñar. Pero la vida en la Luna era muy solitaria y poco a poco esa soledad empezó a apoderarse de su corazón.
La dama de la Luna dejó de cantar con emoción y ya no le importaba si las estrellas despertaban o no. Una brillante estrella amarilla descendió hasta la Luna para preguntarle a la dama que era lo que la atormentaba:
—Estoy cansada de estar sola, de ver toda la belleza que existe a mí alrededor. No puedo tocarla, ni sentirla. Ni siquiera puedo acercarme a ella para poder verla de cerca. No puedo soportarlo más.
Las lágrimas de la dama empezaron a brotar de sus cristalinos ojos. Se acercó hasta el borde de la Luna y se sentó dejando sus piernas colgando, haciéndolas bambolear en la inmensa oscuridad.
—Dama de la Luna. ¿Cuál es el deseo que esconde vuestro corazón?— preguntó la estrella mientras se posaba sobre su hombro anacarado.
La dama de la Luna fijó entonces su mirada en el planeta azul. Lo había observado tantas veces y aún así, siempre se quedaba asombrada por la extraordinaria belleza del planeta.
—Deseo sentir lo que los humanos, en sus cantos y rezos a la Luna, llaman amor. No sé lo que es; pero debe de ser un sentimiento maravilloso cuando piden sentirlo con tanta insistencia.
La estrella, muy conmovida, le dijo a la dama de la Luna que era posible cumplir su deseo. Una gran sonrisa iluminó entonces su rostro, haciendo que la misma Luna brillara con un poco más de intensidad. La estrella partió presta y veloz hacia lo más profundo del universo para hacer realizar el deseo de la hermosa dama.
Días después la estrella volvió y le puso en su regazo un precioso bebé de cabellos plateados. La dama de la Luna le preguntó a la estrella por qué le entregaba un bebé cuando lo que ella había requerido era tener amor.
La estrella sonriente le respondió:
—Este bebé te dará el amor más intenso, hermoso y verdadero que existe. Él ahora es tu hijo y tú ahora eres su madre. La dama de la Luna pronto entendió lo que la estrella le contó.
Ese lindo bebé, que al igual que ella tenía los ojos azulados y el cabello plateado, era lo mejor que le había pasado. Lo llamó Seren (estrella en galés) y lo amaba más que a su propia vida. Desde entonces las canciones de la dama de la Luna atravesaron el universo con facilidad y la razón de ello era que en su voz habitaba el amor más poderoso del universo, un amor capaz de crear vida hasta en el lugar más desierto. Ese amor, era el amor de una madre.
Sin embargo, la dicha de la dama de la Luna no fue eterna. Cientos de años pasaron; pero Seren seguía siendo un bebé ya que en la Luna era imposible crecer o envejecer. La dama de la Luna se entristeció al darse cuenta de que, a causa de esto, Seren nunca podría crecer, ni jugar, ni vivir la vida como lo hacían los niños de la Tierra.
Entonces la dama de la Luna tomó la más difícil decisión que nunca antes había tomado en sus miles de años de vida. Llamó a dos estrellas y les pidió que llevaran a Seren a la Tierra para que pudiera vivir como un niño normal. Pero antes de dejar a su hijo partir, la dama de la Luna depositó entre las sábanas que lo cubrían un violín de plata con dibujos de la Luna y las estrellas, con la esperanza de que, algún día, Seren le dedicara una serenata a la Luna.
La dama de la Luna lloró desconsolada mientras veía a su hijo alejarse; pero a la vez estaba contenta sabiendo que Seren tendría la oportunidad de tener una vida mejor, una vida que ella nunca podría otorgarle. Más años pasaron, diez en total, desde que las estrellas dejaran a Seren en la Tierra.
Lo dejaron junto con una familia de molineros que aunque deseaban con todas sus fuerzas ser padres, nunca habían visto cumplido su deseo. Hasta que una noche de Luna llena la esposa del molinero vio como dos brillantes luces descendían desde el cielo y dejaron algo frente a su casa.
Cuando la mujer salió, las luces ya se habían marchado. Se agachó para coger lo que las estrellas habían dejado en el suelo con tanta delicadeza y en cuanto lo hizo supo lo que contenía. Descubrió las sábanas, las cuales llevaban el nombre de Seren bordado con hilo de plata y vio al pequeño bebé de cabellos plateados durmiendo placidamente.
La mujer, con el pequeño Seren entre sus brazos, entró corriendo en la casa para enseñarle a su marido el maravilloso regalo que las estrellas les habían dejado y desde entonces criaron y quisieron a Seren como si fuera de su propia sangre. Seren creció sano, feliz y conociendo la verdad sobre su origen. Incluso conocía el rostro de su madre. Soñaba cada noche con ella y en sus sueños escuchaba como con su hermosa voz, su madre, la dama de la Luna, cantaba a las estrellas en la infinita noche.
En su décimo cumpleaños, sus padres de la Tierra le dieron el violín con el que lo encontraron y casi desde el primer instante Seren tocó aquel bello instrumento como si siempre lo hubiese hecho. A partir de entonces Seren se pasó las noches tocando preciosas melodías con aquel violín de plata para su madre, la dama de la Luna.
Las melodías llegaban hasta la Luna, donde su madre escuchaba con orgullo cada una de ellas. Una noche Seren tocó una melodía tan, tan hermosa, que su madre de la Luna al escucharla no pudo contener las lagrimas. La dama de la Luna empezó a cantar con emoción al son de la melodía de Seren deseando que su hijo pudiera escuchar su voz.
Sin embargo no fue Seren quién la escuchó, sino las estrellas que flotaban a su alrededor. Las estrellas se conmovieron tanto al oír tan linda serenata que formaron un camino de estrellas entre la Tierra y la Luna para que madre e hijo pudieran al fin conocerse. La dama de la Luna bajó por el camino de estrellas dando las gracias a cada una de ellas.
Cuando por fin pisó la hierba mojada por el rocío de la noche, la dama de la Luna se emocionó; pero no por ver la belleza de su alrededor, sino porque frente a ella se encontraba su amado hijo Seren.
Ambos se abrazaron entre lágrimas y, pasado un rato, se sentaron en el suelo, hablaron durante toda la noche y se conocieron un poco mejor.
La dama de la Luna hubiera deseado que esa noche fuera eterna; pero el alba empezó a despuntar entre las montañas y ella debía volver a su hogar.
—No te vayas—suplicó Seren entre lágrimas.
Pero la dama de la Luna sabía que eso no era posible.
—Debo volver a la Luna para que ésta pueda seguir iluminando tu camino y el de todas las criaturas que viven en este maravilloso planeta.
—Pues iré contigo a la Luna— dijo Seren muy convencido.
—No—sentenció su madre.
–Debes quedarte aquí y disfrutar de la vida que yo nunca podré vivir: canta, toca el violín con pasión, descubre todas las cosas maravillosas que este mundo te puede ofrecer y sobre todo, ama, ama con todo tu corazón a tus padres de la Tierra, pues ellos, al igual que yo, solo deseamos tu felicidad y bienestar.
Seren entendió sus palabras y con tristeza la dejó partir. El camino de estrellas fue desapareciendo detrás de la dama a cada paso que daba y aunque la dama de la Luna estaba triste al comenzar el camino de regreso, su tristeza desapareció al llegar a la Luna, porque sabía que había hecho lo correcto.
¿Y sabes qué? Si miras al cielo en una noche despejada verás aquel camino de estrellas, al que ahora los hombres llaman Vía Láctea, entre la Luna y la Tierra, el cual nunca se desvaneció por completo para que así, tanto Seren como la dama de la Luna, pudieran saber a donde mirar para poderse encontrar.
 
(Rocío Cumplido)

jueves, 2 de febrero de 2012

La leyenda de Bamako


Hace mucho, mucho tiempo, en la época en la que la noche era negra, sombría e impenetrable ya que la luna no la iluminaba todavía, una joven llamada Bamako vivía en la aldea Kikamo. Ella era muy bella y amable. Amaba tiernamente a sus padres y a su pueblo que la estimaba y la respetaba. Todos los habitantes de la aldea admiraban sus grandes ojos que brillaban como el sol.

Un día, unos soldados venidos del norte atacaron la aldea de Bamako, así como todas aquellas de los alrededores. Astutos, feroces y sanguinarios sólo luchaban por las noches y se escondían durante el día.

Los amigos de Bamako les hacían frente valientemente, pero no sabían luchar durante la noche y, después de largas noches de combates, todos corrían el peligro de perder la vida frente a los feroces enemigos.

Una noche, el dios N’Togini se le apareció a Bamako y le dijo:

¡“Bamako! Si quieres salvar a tu pueblo sigue mi consejo. Mi hijo Djambé, que vive en la gruta, al borde del río, está enamorado de ti desde hace mucho tiempo. Si aceptas casarte con él, te llevará al cielo donde brillarás todas las noches. Tu pueblo no tendrá que luchar en la oscuridad, puesto que tú iluminarás sus noches. Gracias a ti él vencerá a sus enemigos”

“¿Qué debo hacer?” preguntó Bamako.

N’Togini le explicó:

“Por la noche, cuando el sol se ponga, sube a la gran roca que está sobre la gruta y lánzate al río. No tengas miedo. Djambé estará allí para recibirte. Ten confianza y nada te sucederá”.

Valiente, Bamako no dudó en seguir las recomendaciones del Dios en todos sus puntos. Saltó al vacío, Djambé la atrapó y la llevó al cielo como lo había prometido su padre.

Entonces, un milagro se produjo. Cuando el sol desapareció, el relumbrante rostro de Bamako apareció en la noche. El resplandor de sus grandes ojos iluminaban la noche oscura.

Esa noche, los aldeanos lograrían una rotunda victoria y expulsaron a sus enemigos

Desde entonces, la cara resplandeciente de Bamako aparece cada noche en el cielo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El jinete sin cabeza


Y el silencioso crepúsculo se arrebujaba entre la dulce meditación en que la llanura solía extasiarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la quietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de garzas va copiando sus finísimos plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas. Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento arrecuesta sus erizados cabellos.

Es verano. Y toda la llanura está reseca y solitaria, con aquella triste melancolía. Ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá, en el corredor de la Hacienda, el Viejo Patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocanadas de humo de pipa.

Son pasadas las seis de la tarde; este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales, el ganado espera entrar en reposo y de cuando en cuando óyense los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño. La peonada se ha concentrado en la cocina y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida saborean con apetito la merienda del día.

Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el allegro grandioso.

Todo el llano se puebla de sombras y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda los candiles lanzan su luz cobriza. Patricia, la hija mayor del Patrón, se ha acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues Rosendo, uno de los sabaneros acababa de contar una narración, de las que suelen contarle cuando termina el trajín.

-¿Qué te pasa hija mía? Preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquella seriedad de hombre respetable.

-Vieras papá,, que Rosendo estaba contando en la cocina que aquí asustan, que llega todas las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza.

Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote.

-No temas hijita, son supersticiones; son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo.

-Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto?

-Yo te lo contaré, escúchame.

-Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela que en aquellos dorados tiempos cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, se celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del Niño Dios, por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío. Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del Patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por lo cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmel ita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que había entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado.

José, sabanero dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a "ispiar" al cruce del camino de la plazuela, y así saciar su criminal y cruel instinto.

En efecto Luciano sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José sin masticar palabra alguna se lanzó encima del desafortunado muchacho descargando su arma criminal y cortándole la cabeza.

El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero. Por eso hija mía cuando en las noches de luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha el trotar lejano de un caballo que viene acercándose a la hacienda, luego se oye que desmonta alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato, vuelve a montar, y se aleja por el llano.

Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza, es el mismo que en otros tiempos fue víctima de aquella tragedia pasionaria; es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda.

-Ya vez, hijita, esta es la leyenda que Rosendo quiso contarles a los compañeros. Ahora, anda tranquila a dormir, que yo te seguiré, y olvida esa superstición, y que Dios te acompañe.

Patricia después de oir aquel relato, dio un beso a su padre y paso a paso sumida entre un profundo silencio, fue en busca del descanso. En el zaguán sillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra, rumiaba sus penas en las dolientes notas de una canción, triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de los llanos a ser posadas en las copas florecidas de los árboles centenarios, canción que hace llegar hasta el blando lecho, donde duerme la amada mujer, de sus sueños.

(Mario Cañas Ruiz)

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