domingo, 20 de marzo de 2011

Yeh-Shen



Yeh-Shen era la hija de una de las dos esposas de Wu, un jefe minero. Cuando la madre de Yeh-Shen murió, ésta quedó al cuidado de la otra esposa de Wu, la cual también tenía una hija. Y, claro, surgieron los celos de la madrastra. Esta, viendo que la pequeña huérfana poseía más virtudes que su propia hija, procuraba amargarle la vida y la trataba fatal, encargándole los peores y más sucios trabajos de la casa.

La vida de Yeh-Shen era tan triste que sólo tenía un amigo: un precioso pez de grandes ojos dorados. Vivía en el río, y cada vez que veía acercarse a la joven, se asomaba fuera del agua para saludarla. Incluso saltaba a la orilla para estar más cerca de ella. Pero esta relación duró poco. La malvada madrastra se enteró y ella misma capturó al pobre pez, sirviéndolo luego para cenar. Con un tremendo disgusto, Yeh-Shen corrió a la orilla del río y allí, acurrucada en el suelo, comenzó a llorar.

De pronto, oyó una voz a su espalda. Al girar la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas vieron a un extraño anciano, vestido como un pordiosero y con una larga melena que le caía sobre los hombros. Este le dijo: “Preciosa niña, las espinas de tu amado amigo el pez poseen una poderosa magia. Cada vez que te veas en apuros, sólo tendrás que arrodillarte ante ellas y pedirle ayuda. Pero ten cuidado: no debes malgastar tus deseos.”

Rápidamente, la joven rescató las espinas de la basura y las guardó. El tiempo pasaba y se acercaba el Festival de Primavera, una celebración que los jóvenes del lugar aprovechaban para encontrar su pareja. Yeh-Shen soñaba con asistir. Pero su madrastra quería casar antes a su propia hija y no podía permitir que la presencia de la huérfana le levantara sus posibles pretendientes y lo estropeara todo. Así que no le permitió ir.

Así que, una vez que madre e hija partieron al pueblo, Yeh-Shen pidió a las mágicas espinas un deseo…

La Fiesta de Primavera se celebraba cuando apareció una bellísima joven cubierta con lujosos vestidos. Calzaban sus diminutos pies unos zapatos de oro con pequeños peces tallados en piedras preciosas. Era Yeh-Shen. Una multitud se agolpó a su alrededor para contemplarla, entre ella sus malvadas parientes. Temerosa de ser reconocida, la joven no tuvo más remedio que huir de la fiesta, dejando atrás, olvidado, uno de sus zapatos.

Al llegar a casa, sus magníficos ropajes desaparecieron. Intentó volver a pedir otro deseo a las espinas, pero no ocurrió nada. Desconsolada, volvió a guardar los restos de su amigo el pez. Lo único que le quedaba de aquella mágica noche era un precioso zapato dorado. Poco después, un mercader encontró el zapato perdido y, viendo el valor que tenía, se lo vendió a un colega, el cual, a su vez, decidió llevarlo como regalo al rey T´o Han, monarca de una isla cercana.

El rey ansiaba averiguar el paradero del otro par. Pero, sobre todo, saber quién era el verdadero propietario de aquel maravilloso zapato. Por eso decidió montar una especie de pabellón en el lugar donde lo habían encontrado, para que la población del lugar lo viera y lo reconociera.

Cuando Yeh-Shen se enteró, decidió que tenía que recuperar lo que era suyo. Así que, una noche, salió a escondidas y entró en el pabellón. Pero fue descubierta por los soldados del rey y llevada ante su presencia. El rey no podía creer lo que decía la joven. Su aspecto desaliñado y sucio no correspondía con la imagen del dueño de un calzado como aquel. Pero Yeh-Shen insistió en su historia, y añadió que tenía en su poder el otro par. Los soldados fueron a su casa para comprobar su versión y allí estaba el otro zapato.

Cuando la joven se puso los dos delante del Rey, y así demostrar que eran realmente suyos, sus miserables ropas se transformaron en un magnífico vestido. Al verla, el monarca quedó prendado y acabó casándose con ella.

En cuando a la madrastra y su hija, el rey ordenó que vivieran en una cueva, y que no salieran de ella jamás. Cierto día la cueva se derrumbó y las dejó enterradas para siempre.

viernes, 18 de marzo de 2011

La Leyenda de Borno




La gente de aquella tierra hablaba a menudo del sino fatal de un joven llamado Borno, tan atractivo que era conocido como el mimado de los dioses.
Allí estaba Borno en una cresta baja de la montaña desde donde se podía divisar el brillo del mar en la distancia.

Entre un grupo de viejos árboles había un estanque centenario, abastecido por un manantial que afloraba entre las rocas.

Borno dejó beber al asno, luego cogió las tinajas, mientras el animal pastaba de aquí allá.



Pero no las llenó enseguida, se sentó junto al estanque, disfrutando del aire fresco y escuchando como las cigarras festejaban la belleza del medio día.
De pronto los lirios se estremecieron, el agua se rizó y susurró al chocar contra las piedras. Entre los nenúfares apareció una mujer infinitamente seductora, infinitamente misteriosa.
Su piel era más blanca que los pétalos de lirio, sus ojos eran verdes como las hojas. Una oscura melena, con tallos entrelazados, caía sobre sus hermosos hombros, fundiéndose con el agua.

Levantó una mano y Borno se acercó a ella. Luego vaciló y retrocedió.

-No sois mortal, doncella-dijo.

La muchacha sonrió perezosamente y asintió con la cabeza, los ojos del muchacho se oscurecieron de deseo, inclinándose sobre el estanque.

Tan pronto como la punta de sus dedos tocó el agua, la mujer le sujetó como si de un grillete se tratara. Sus pequeñas y afiladas uñas se clavaron en su carne y Borno cayó inexorablemente al agua, penetrando en el mundo sin aire que se ocultaba bajo la tierra, dónde aún reinaban los espíritus acuáticos y los humanos no podían vivir.

O por lo menos eso es lo que dijeron los compañeros de Borno. El asno había regresado hasta los campos rebuznando lúgubremente. Fueron al estanque, donde encontraron las tinas del agua en el suelo, vacías. Le buscaron y le llamaron hasta el amanecer, pero fue en vano.

Algo mágico flotaba en el aire alrededor del estanque.

Más tarde, tras haber dado por terminada la búsqueda, los irlandeses compusieron una melodía para Borno, contando como fue raptado por la ninfa del estanque.

La cantaron durante siglos mientras recolectaban el grano.

jueves, 17 de marzo de 2011

Los pájaros

Cuenta una antigua leyenda que antaño los Gitanos eran pájaros. Un día, en pleno vuelo sobre la tierra, divisaron un palacio dorado brillando al sol y bajaron para verlo mejor. El palacio estaba habitado por pavos, gallinas y patos que, maravillados por la belleza de los gitanos-pájaros, empezaron a regalarles todo tipo de joyas y golosinas, suplicándoles que no se marcharan. Pronto todos los pájaros estaban cubiertos de cadenas de oro, de pies a cabeza. Tan sólo un pájaro resistió a la tentación de tantas riquezas, incitando a los demás a que retomaran el vuelo. Pero, nadie le escuchó. Entonces, con el corazón pesaroso, se elevó en el aire y se lanzó a las piedras desde lo alto de los cielos. Solamente en ese momento los gitanos-pájaros despertaron de su entorpecimiento y empezaron a batir las alas. Pero el oro los tiraba hacia abajo y no lograban despegar del suelo. Los pavos, las gallinas y los patos cantaron victoria. Mantendrían para siempre aquellos bellos pájaros encerrados en jaulas de oro. De repente, una pequeña pluma roja se deslizó hacia el interior del palacio y aterrizó a los pies de los pájaros. El oro se cayó de sus cuerpos, pero sus alas ya no les obedecían y no lograron levantar vuelo. La pequeña pluma roja, suavemente llevada por el viento, salió del palacio y empezó a errar por los caminos polvorientos. Los gitanos la siguieron y fueron perdiendo sus plumas una por una, transformándose así en humanos. Con cuerpo de hombre y alma de pájaro, se olvidaron para siempre de cómo volar.

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