domingo, 24 de enero de 2010

Eco y Narciso


La ninfa Eco estaba triste, pálida, recluida en su cueva de los bosques. La Diosa Hera había hecho caer sobre ella una terrible maldición:
“A partir de ahora sea que tu melodiosa voz se convertirá en susurro y sólo podrás repetir las últimas palabras que otros pronuncien”.
Hacía tiempo, Eco cantaba. Cantaba y cantaba para distraer con su bello cántico a Hera, y que ésta no descubriese a Zeus regalando amores a otras doncellas. Pero Hera la había descubierto. Su dolor no sosegaba y no podía más que pasear a solas, lánguida, con paso ciego, a través de la arbolada, haciendo crujir con sus pisadas las ramitas y las hojas secas que alfombraban el bosque.
Narciso paseaba solo, ajeno a sus compañeros de cacería, ajeno a todo, incluso a sí mismo. Desconocía su desmesurada belleza y los encantos que prendaban de él a las ninfas, a las doncellas y hasta al mismísimo dios Apolo. Él simplemente se dedicaba a desdeñarles, dejándoles consumidos en el miserable pozo del desprecio, abocados al dolor de sentirse nadie para quien lo era Todo.
“Su perdición será contemplar su propia imagen”- Había predicho el adivino Tiresias el mismo día en que Narciso vio el mundo por vez primera. Y así había vivido hasta entonces, alejado de reflejos y de espejos, halagado, admirado, fascinador de miradas que no eran correspondidas, seductor nunca seducido y jamás tocado por los dedos del Amor.
Una rama crujió.
-“¿Quién está ahí?”-
- “Está ahí.... está ahí... está ahí....” – Respondió Eco. Abrazada por Cupido, abrió sus enormes ojos al verse sorprendida por Narciso... y echó a correr.
Narciso la siguió.
- “¿Por qué huyes? Ven a mi”-
- “A mi.... a mi.....”-
Cuando se encontraron, Eco, con el corazón hechizado, tendió los brazos a Narciso con intención de que, si bien su voz no podía expresar su amor inmenso, pudiera sí demostrarlo con su entrega y su pasión.
Pero fue la fría sonrisa de él quien le tendió la mano, y sus palabras:
-“No pensarás que yo te amo”-
-“Te amo.... te amo.....”- Repitió Eco, desesperada, desfallecida, con los brazos aún abiertos, vacíos y temblorosos, llenos de Amor... y sus enormes ojos anegados en lágrimas.
- “Permitan los Dioses que me deshaga la muerte antes de que tú goces de mi”- Narciso desapareció altanero. Y Eco, caminando despacio y sin fuerzas, arrastrando ramitas crujientes a su paso lento, se recluyó de nuevo en su cueva. Su voz se convirtió en un hilo:
“Para él quieran los Dioses que, cuando ame como yo ahora amo, desespere y sufra como mi alma sufre y desespera”.Y luego desapareció.
Pero Némesis, la Diosa de la Venganza, había escuchado el ruego de aquél pensamiento sin voz, y como castigo condenó a Narciso a padecer una inmensa sed.
El desesperado Narciso se acercó sin pensar a la orilla del riachuelo más claro, más transparente, donde tenía el cielo su mejor espejo y, al ir a beber, sus azules ojos contemplaron el rostro más bello que jamás hubiesen visto o quizás imaginado. Aquella alegoría de la perfección no era sino él mismo, su propio ser de quien se había al instante enamorado.
La desesperación por querer amarse y poseerse le hizo gritar enfurecido:
“¡Dioses míos, de qué clase cruel es este castigo! Me inyecta la sangre lo más prohibido del amor, el amor que va conmigo, del que no puedo desprenderme aunque me aparte de la imagen de este río, del que me seguirá entera y eternamente y que ni en los confines de la misma Eternidad podrá ser mío. ¡Por qué he de ser yo merecedor de este abismo! El mismo fuego que me devora es el que ahora yo atizo; a mi me podrán amar otros, pero yo no puedo amarme a mí mismo porque no soy capaz de encontrarme aún sin distancia que me separe del objeto de mi Amor, y ni siquiera puedo morir por él sin arrastrar también su vida conmigo. ¿Cómo puedo entonces ansiar vivir si no existe en el Amor ni en mí motivo?”
Lloraba Narciso. Lloraba aferrado a la orilla del riachuelo, con los brazos extendidos y las puntas de sus cabellos rozando las cristalinas aguas como queriendo tocar con ellas la imagen amada. El furor de su deseo, los rayos de sol bañados del celeste azul, las hojas de la fronda y las mariposas reflejadas en las danzarinas ondas, y los destellos luminosos desde el cristal del río, fueron regalando colores a aquella figura exhausta, y aquella estatua esbelta, inerte, enamorada, abrazada moribunda a la orilla, se convirtió en una flor.
Quizás una mano blanca la contempla y acaricia, susurrando su nombre como en un hilo de voz... Quizás Eco riega con sus lágrimas de Amor a la flor de Narciso mientras se reflejan juntas, siempre, en las aguas del río...

viernes, 22 de enero de 2010

La Princesa Fragante

El poderoso Qianlong, Hijo del Cielo, Emperador de China, esperaba en el salón del trono de la Ciudad Prohibida el regreso de sus generales, quienes le habían hecho llegar noticia de sus victorias y deseaban ofrecerle el valioso botín que habían conseguido.


Qianlong estaba acostumbrado a recibir cuantiosas fortunas; joyas y sedas, mármoles labrados y maderas preciosas, excelentes caballos y mil otras riquezas, pero esta vez, además de todo eso, sus generales pusieron ante sus ojos una muchacha de tan extraordinario porte y belleza que el emperador inmediatamente se enamoró de ella.



Qianlong preguntó el nombre de la joven y sus generales le dijeron que nunca habían conseguido que dijera ni una palabra y que la llamaban la Princesa Fragante porque la joven parecía estar envuelta en un perfume tan seductor que todo el que se le acercaba quedaba hechizado.

Así pudo constatarlo el Emperador cuando se aproximó a ella y ordenó que fuera con ese nombre con el que se la conociera desde ese momento.
Los días que siguieron fueron un tormento para el Emperador que había concebido un profundo amor por la princesa. Le rogaba que accediera a sus demandas y la joven movía la cabeza en un gesto constante de negación. No. No. Ella siempre decía no y Qianlong no prestaba atención a nada que no fuera la consecución de su amor.


La madre del Emperador se enfureció. ¿Quién creía que era esa extranjera para rechazar al Hijo del Cielo? ¿Acaso pensaba que podía hacer tambalear el Imperio con sus desprecios?
Una noche en que oyó como su hijo se lamentaba y lloraba a causa de una nueva negativa de la princesa, decidió que ya era suficiente y ordenó a sus eunucos que sacaran a la joven de su aposento y la ahorcaran en un árbol del jardín.

La orden se cumplió y al amanecer los llantos y gritos de las criadas despertaron a Qianlong. Con un terrible presentimiento corrió al jardín sólo para confirmar el horror que imaginaba. La Princesa Fragante yacía muerta sobre los cojines de seda donde la habían colocado las doncellas. Sólo su perfume continuaba, vivísimo, dando testimonio de su paso por el mundo.

Dicen que la persistencia de ese perfume en Palacio acabó volviendo loca a su asesina y dicen también que el Emperador nunca amó a ninguna otra mujer.

jueves, 14 de enero de 2010

El Faro


El terrible arrecife que se extiende a lo largo de la costa de Cohasset, en el Nuevo Mundo, acabó por adquirir una triste fama con el transcurso de los años. Sus rocas están cubiertas de algas y de fuco que podrían tomarse por cabezas de monstruos marinos flotando tranquilamente en la superficie de las aguas. Muchos restos reposan sobre las arenas traidoras del arrecife o empalidecen entre sus rocas escarpadas. Han intentdo varias veces construir un faro para advertir del peligro, pero ¿acado el hombre puede desafiar a las fuerzas de la naturaleza?,


En el otoño de 1849, las tempestades fueron de una rara violencia en la costa de Cohasset. Se contaron más de cien ahogados, sepultados por la furia de las olas. Se produjo el naufragio de un barco de inmigrantes, el desafortunado Saint John's, que se hundió cuando el puerto ya estaba a la vista. Encontraron veintisiete cadáveres, a los que se enterró en el cementerio de la aldea vecina.

Tras este terrible accidente, decidieron por fin construir un faro para advertir a los navíos del siniestro arrecife.

No era una tarea sencilla: todo el que, en su día de temporal durante el invierno, haya caminado por la orilla de los acantilados que bordean los arrecifes, conoce la furia de las aguas y la fuerza de las olas. construir un faro en ese lugar era una locura y todos lo sabían. Pero era la única forma de evitar que el océano siguiera llevándose tantas vidas. Así que, en el verano de 1850, el gobierno envió a un ingeniero para que comenzara los trabajos. En Cohasset no faltaban los comentarios:

-Construir un faro en ese lugar, ¡que locura! - suspiraban unos-. La muerte se ha instalado allí ¡es un lugar de duelo! ¡No hay nada que hacer! ¡El mar barrerá todo!.

- Al contrario -decían otros-. ¡La empresa es temeraria! ¿Seremos los pioneros! Hay que desafiar a la naturaleza. ¡Vencer al mar!.

Y eso fue lo que hicieron. Contra la opinión de muchas personas, decidieron levantar una construcción ligera y alta. Pensaban que contra las tempestades no había nada mejor que los materiales ligeros. Allí, en América, conocían la fábula del junco y la encina.

-Se plegará, pero no se romperá -afirmaba el jefe de las obras.

Anclaron profundamente los cuatro pilares en los fondos marinos y colocaron la lámpara y su cubierta a más de diez metros de altura. El faro parecía un extraño zuncado.

Durante varias semanas, el mar avanzó a sus pies, rompiendo las olas sobre él, como para impresionarlo, para resistir. Empezaron a murmurar que el hombre había vencido al mar. Por la noche, la luz de la lámpara brillaba como el primer fuego del mundo.

El ingeniero, que se había quedado en la zona para comprobar el funcionamiento del faro, hinchaba el pecho orgulloso.

-¿Acaso no tenía yo razón al desafiar a las tormentas? ¿Qué pueden las olas contra la ciencia, amigos?

Y, moviendo la cabeza, seguro de sí mismo;

-Creedme, el Hombre fue creado para dominar al mundo.

Todos le creyeron. hasta el 14 de abril de 1851, cuando se desató un tremendo temporal. Ningún marinero recordaba tal violencia en las aguas. Como invadido por la rabia, el océano escupía su espuma sobre los acantilados, socavando la costa con sus olas monstruosas y arrojándose sobre el faro con una fuerza inaudita.

El faro se balanceaba produciendo unos crujidos terribles. No era el primer vendaval al que tenía que enfrentarse. Muchas borrascas habían soplado ya sobre él, muchas olas habían intentado trochar sus cuatro pilares. Todo había sido en vano, hasta entonces.

Pero aquella ves la tempestad duró dos días. Dos días enteros durante los cuales el viento, ráfaga tras ráfaga, y el océano, ola tras ola, se encarnizaron con el faro. El cielo se oscureció de tal forma, que el faro desapareció entre la bruma y la espuma burbujeante.

-Resistirá - afirmo el ingeniero.

La furia se calmó el tercer día. Unos paseantes descubrieron trozos de madera y chatarra en la playa devastada. Corrieron al acantilado que daba al mar.
Todo estaba tranquilo. soplaba una brisa ligera y el agua estaba en calma.

Pero del extraño zuncado plantado en el mar no quedaba nada. El océano ´lo había destruido y se lo había tragado como si fuera una mala verruga.

El faro había sido simplemente un huésped del paso. Un huésped indeseable que el agua barrió como un montón de paja.

(De la red)

domingo, 10 de enero de 2010

La Dama Azul


Infestado el mar de las Antillas de piratas, mostraban especial predilección por las costas de Cuba. No contentos con atacar las embarcaciones de alto bordo y las dedicadas al cabotaje, atrevíanse a hacer desembarcos en la isla y saquear sus haciendas y poblados, llegando en su osadía hasta a penetrar, en los primeros tiempos coloniales, en La Habana, Santiago de Cuba y otras poblaciones de importancia.
La época y el estado indefenso de la isla eran propicios para tales desafueros. El oficio de bandido de mar era remunerador, y los peligros no tantos que lo hicieran inapetecible. España no disponía de buques suficientes para perseguir de modo activo a los piratas, y éstos, por otra parte, tenían buenas guaridas en islas y cayos.
El puerto de Jagua era muy visitado por los piratas caimaneros. Su gran extensión, de más de 56 millas cuadradas y especial naturaleza, favorecían las visitas, que nada tenían de agradables para los establecidos en aquellos parajes. Los piratas podían internarse con impunidad dentro de la bahía y permanecer ocultos en las numerosas ensenadas todo el tiempo que les convenía. Fiados en su número y armas, iban de excursión por los alrededores, robando y saqueando bohíos y haciendas, y llevándose en rehenes a los pobladores que caían en su poder, y no los soltaban sin previo y a veces crecido rescate.
Para evitar tan peligrosas incursiones, tratóse en 1682 de fortificar el puerto de Jagua, proyecto que no se llevó a la práctica hasta 1742, erigiéndose sobre una pequeña altura, en la parte Oeste del cañón de entrada, donde forma recodo, el “Castillo de Nuestra Señora de los Angeles” conocido hoy con el breve nombre de “Castillo de Jagua”. Dirigió su construcción el ingeniero militar Don José Tantete y no se concluyó hasta 1745. Se le dotó de diez cañones de diverso calibre, suponiendo eran bastantes para ahuyentar a los buques piratas. Pero no se contó que éstos disponían de pequeñas embarcaciones, y que podían introducirse dentro de la extensísima bahía por una de las bocas del Arimao, río que tiene dos brazos, uno que desagua en el mar y otro, conocido por “Derramadero de las Auras”, que se dirige a la Laguna de Guanaroca, y comunica por un estero con la bahía. Y sucedió que a pesar del Castillo y de sus cañones, los atrevidos piratas seguían haciendo de las suyas con toda impunidad en la bahía, continuando en sus fechorías sin correr grandes peligros. Para cerrarles aquel camino, hubo de construirse una palizada -de la que todavía quedan vestigios- que cubría el “Derramadero de las auras”, logrando así verse al fin libre la bahía de las periódicas e inconvenientes visitas de los piratas.
Fué reputado el Castillo de Jagua, en su tiempo, como fortificación bastante buena, ocupando el tercer lugar entre las de la Isla, correspondiendo el primero y segundo, respectivamente, al Castillo del Morro de La Habana, y al de Santiago de Cuba. Hoy los tres castillos solo tienen valor como monumentos históricos.
Puestos a hacer historia, antes de entrar en la leyenda, no estará de más decir que el primer Comandante del Castillo de Jagua, lo fué Don Juan Castilla Cabeza de Vaca, no sabemos si descendiente de aquel famoso Cabeza de Vaca, explorador y conquistador, pero si de que su esposa Doña Leonor de Cárdenas fue enterrada en la Capilla del Castillo y diez años más tarde lo fué allí también el Primer Capellán del mismo, Pbro. Don Martín Olivera. Castilla además de militar, era hombre de negocios y de iniciativa. Fomentó el primer ingenio de azúcar en Jagua, que estableció en terrenos de la hacienda “Caunao”, de que era condueño, sita a una legua de la bahía. Bautizó dicho ingenio con el nombre de “Nuestra Señora de la Candelaria“; con el trascurso de los años pasó a la sucesión de Doña Antonia Guerrero. Fué esta señora la esposa de Don Agustín Santa Cruz, quien donó los terrenos donde está edificada la ciudad de Cienfuegos.
Y dando de mano a la historia, ávida y enojosa, entraremos de nuevo en el campo de la leyenda, lleno de engañadores espejismos, pero siempre grato y entretenido.
El Castillo de Jagua, aunque de construcción relativamente reciente, conserva sus historias y leyendas, que tuvieron origen en las nocturnas tertulias de los antiguos vecinos del lugar y que fueron transmitidas fielmente de generación en generación. Según una de esas tradiciones, en los primeros años de construido el Castillo de Jagua, a horas avanzadas de la noche, cuando la guarnición estaba descansando y los centinelas dormitaban, rendidos por la vigilia; cuando en el vecino caserío de marineros y pescadores todo era silencio; cuando reinaba la quietud y la soledad más solemnes, turbadas únicamente por el monótono ritmo de las olas, y la luna en lo alto del firmamento brillaba esplendente, envolviendo con su luz ténue la superficie tersa del mar y la abrupta de la tierra, entonces un ave rara, desconocida, venida de ignotas regiones, de gran tamaño y blanco plumaje, hendía veloz el espacio y dirigiéndose al Castillo describía sobre él grandes espirales, a la vez que lanzaba agudos graznidos. Como si respondiera a un llamamiento de la misteriosa ave, salía de la capilla de la fortaleza, mejor dicho, se desprendía de las paredes, filtrándose a través de ellas, un fantasma, o sombra de mujer, alta, elegante, vestida de brocado azul guarnecido de brillantes, perlas y esmeraldas, y cubierta toda ella, de cabeza a pies, por un velo sutil, transparente, que flotaba en el aire. Y después de pasear por sobre los muros y almenas del Castillo, desaparecía súbitamente, como si se disolviera en el espacio.
La fantástica visión, se repetía varias noches, produciendo el natural temor entre los soldados que guarnecían el Castillo, todos ellos curtidos veteranos que habían peleado en muchas y distintas ocasiones y que no podían ser tildados de cobardes; sin embargo, aquellos hombres no se atrevían a enfrentarse con la misteriosa aparición, y por temor a ella llegaron a resistirse a cubrir de noche las guardias que les correspondían.
Había en el Castillo un joven Alférez, recién llegado, arrogante y decidido que no creía en fantasmas ni apariciones de ultratumba, estimándolos productos de imaginaciones calenturientas o extraviadas. Rióse de buena gana el Alférez del temor de los soldados y para probarles lo infundado que era, se dispuso una noche a sustituir al centinela. Retiráronse los soldados a sus dormitorios y quedó el joven Alférez paseando, tranquilo y sereno, en la explanada superior del Castillo, sin más arma que su espada.
Hermosa era la noche. Brillaban las estrellas en el firmamento, palidecía su luz por la intensa de la luna. El mar en calma susurraba dulcemente la eterna canción de las olas. De la tierra dormida ni el más leve ruido surgía. El ambiente era de calma y de recogimiento. El temerario Alférez, para distraer las monótonas horas, paseaba y pensaba en su mujer ausente en lejana tierra…
De pronto oyó penetrante graznido y gran batir de alas. En el preciso momento, el reloj del Castillo daba la primera campanada de las doce. Levantó el Alférez la cabeza y vió la extraña ave de blanco plumaje describiendo grandes círculos sobre la fortaleza. Y de las paredes de la capilla, vió surgir y avanzar hacia él, a la misteriosa aparición que los soldados habían dado en llamar la Dama Azul, por el color del rico traje que vestía.
El Alférez sintió que el corazón le daba un vuelco, mas por el esfuerzo de su férrea voluntad dominó los nervios, y fué decidido al encuentro del fantasma…
¿Qué pasó entre la Dama Azul y el Alférez? No lo hemos podido averiguar.
El momento más culminante de esta leyenda, permanece en el misterio. Pero, sí podemos decir, para satisfacer la natural curiosidad del lector, que a la mañana siguiente de aquella noche fatal, los soldados hallaron a su Alférez tendido en el suelo, sin conocimiento, y al lado, una calavera, un rico manto azul y la espada partida en dos pedazos.
Don Gonzalo, que tal era el nombre del joven militar, recobróse pronto de su letargo, pero perdida la razón, y tuvo que ser recluido en un manicomio. En su extraña locura, veía siempre un fantasma, al que en vano acometía, pues al primer intento se desvanecía en el espacio, para aparecérsele de nuevo poco después.
Con respecto a la personalidad del supuesto o real fantasma de la Dama Azul, la leyenda guarda prudente silencio.
No sabemos si la tradición tiene por origen el castigo de alguna dama que vivió reclusa entre aquellos muros y que la rica fantasía tropical revistió su recuerdo con sobrenatural colorido, o es la creación poética de un cuento engalanado por el transcurso de los años, con los atavíos de nocturnas consejas, narradas junto al hogar o en la arenosa playa.
Y todavía es creencia del vulgo supersticioso, que la Dama Azul hace de tarde en tarde sus apariciones, paseando impávida sobre los muros de la hoy abandonada y casi derruida fortaleza. A los primeros rayos de la aurora, se lanza al aire y dando lastimeros gritos se pierde en el boscaje del inmediato Caletón.

(Por Adrián del Valle (Tradiciones y leyendas de Cienfuegos-1919)

(De la web: emilioichikawa)

La Dama Blanca


Andorra es la gran desconocida y una de sus leyendas más misteriosas e inquietantes es la de la dama blanca de Aubinyà. Nos cuenta la leyenda que en este lugar, dominando el camino hacia las tierras de Urgell, existía una torre fuerte y bien construida propiedad de un noble andorrano, que al morir la dejó en herencia a su única hija, llamada por los lugareños “la Dama Blanca”, a causa de los vestidos que solía llevar de ese color.
Por esta época, era la iglesia de Urgell la que se había atribuido el control de estas tierras, avasallando a sus habitantes con fuertes impuestos y exigencias.
La Dama Blanca es descrita como una mujer fuerte y con convicciones, así que inmediatamente de heredar la torre y las tierras de su difunto padre, prohibió en numerosas ocasiones la entrada del obispo de Urgell en los valles andorranos. Pero éste, haciendo alarde de su orgullo, entraba y salía con total impunidad aumentando a su vez las cargas sobre los indefensos campesinos.

Sucedió que una noche, tras un largo día de cobros y exigencias, la comitiva del obispo se dirigía de vuelta a la sede del obispado cargados del dinero y los bienes de los campesinos andorranos. Era una noche de luna llena y se respiraba un ambiente de tranquilidad y desasosiego mientras el obispo cruzaba el borde de un bosque junto a Aubinyà, cuando de pronto escuchó una dulce y celestial voz de mujer que emergía de entre la arboleda. El obispo bajó de su corcel y dejó que la comitiva siguiera unos pasos y éste se adentró en la negrura bosque, cuando de pronto vio a una hermosa mujer bañada por la intensa luz de la luna, vestida totalmente de blanco y haciéndole signos para que se acercara a ella. El obispo, seducido, se acercó a ella y ésta le cogió dulcemente de la mano; él la abrazó por la cintura y ambos se adentraron en la espesura del bosque. Ésta fue la última vez que se vio al obispo, de nada sirvieron las batidas realizadas por sus secuaces días después en su búsqueda.

No obstante, en esas mismas fechas un gran lobo feroz comenzó a causar estragos por la zona. Pocos fueron capaces de escapar de sus fauces, y los pocos afortunados que lo consiguieron afirmaron ver en los ojos de la bestia la mirada desesperada de una persona, de un obispo…

Por eso, la Dama Blanca es considerada la protectora de los valles de Andorra.


(Del blog: Medioevo)

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